Un mundo sin Occidente

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Tradicionalmente, cualquier discusión en torno a la política exterior de Rusia consiste en determinar qué dirección debe prevalecer: la prooccidental o la antioccidental. Sin embargo, ya es hora de renunciar a esta tradición, ya que no sirve para nada en el mundo de hoy.

Tradicionalmente, cualquier discusión en torno a la política exterior de Rusia consiste en determinar qué dirección debe prevalecer: la prooccidental o la antioccidental. Sin embargo, ya es hora de renunciar a esta tradición, ya que no sirve para nada en el mundo de hoy.

Todo ha cambiado, y el contraponer Occidente a lo que esté fuera del Occidente no corresponde a la realidad actual.

Ya no existe un Occidente como una comunidad política (en aquel sentido que solíamos atribuirle a esta comunidad en Rusia). Queda solo un espacio histórico y cultural, pero éste también irá transformándose a la medida de que transcurran cambios demográficos en EEUU y en Europa (me refiero al crecimiento del porcentaje de la población de tradición no europea). Hay que notar que la estrecha unión política existió, en esencia, solo en la segunda mitad del siglo XX. Antes, los países occidentales libraron muchas guerras entre sí, y solo la derrota del nazismo y la amenaza del comunismo consiguieron unir a los adversarios de siempre, como fueron Francia, Alemania, Gran Bretaña, España, EEUU, etc. Aquella unión se basó en una plataforma de valores. Sin embargo, el carácter extremamente antidemocrático de los países como España, Portugal, Turquía o Corea del Sur no impidió su alineación con las democracias de verdad para hacer frente a “la amenaza roja”. Cabe notar que Washington y las capitales europeas avanzadas siempre se han sentido algo incómodos debido a la necesidad de cooperar con las autarquías y aplaudieron los cambios que acontecieron en estos países en los setenta.

En todo caso, con el colapso de la URSS desapareció el motivo principal para la unión del mundo occidental: dejó de haber una amenaza existencial. Y al esfumarse la euforia del triunfo de los valores occidentales del fin del siglo XX los argumentos por la unión resultaron mucho menos consistentes que antes.

No es que Europa y EEUU tengan intereses distintos, es que se encuentran en diferentes niveles de la política mundial. EEUU, en calidad de la única superpotencia, se guía por una estrategia global aplicando de tal o cual modo su fuerza en todo el mundo. Europa cada vez más se centra en si misma, limitando sus ambiciones a la tarea de cubrir sus propias necesidades económicas y políticas, por lo cual se interesa más por su región adyacente. Esta diferencia de horizontes estratégicos influye también en la mentalidad política: mientras que el Nuevo Mundo sigue confiando en la fuerza tradicional, Europa opta por medidas más bien “blandas”. Las dos partes tienen que hacer frente de vez en cuando a problemas serios. EEUU ha visto que incluso la eficacia del poderío militar más grande resulta algunas veces día limitada (de ahí la imposibilidad de lograr victoria en Irak y Afganistán), y la atracción de la apacible y blanda Europa resultó gravemente perjudicada por la crisis de la UE (Unión Europea).

Las dos costas del Atlántico siguen unidas por una alianza político-militar e insisten en resaltar su importancia e inviolabilidad, pero pese a las declaraciones sobre el feliz porvenir de la OTAN por ahora no se vislumbra ninguna misión evidente que pueda unir a Europa y EEUU. El área donde los intereses de EEUU y Europa no entran en contradicción es Oriente Próximo, pues para EEUU esta zona reviste importancia desde la óptica de su predominio global, mientras Europa la considera como patio trasero y proveedor de crudo. Al mismo tiempo, la posibilidad de una escalada de la crisis en el Lejano Oriente no despierta ningún entusiasmo en Europa, mientras que para Washington esta región representa el principal escenario de la próxima competencia global. 

Ahora bien, ya no existe Occidente en el sentido más tradicional del término; existen Europa, EEUU, Japón, Turquía, Corea del Sur, etc., cada uno con sus propios intereses y con necesidad de su propia política. EEUU se centra en las relaciones estratégicas, ante todo en la esfera nuclear y en las cuestiones de seguridad global. Abarca menos temas económicos, apenas considera perspectivas de estrechar relaciones, aunque existe cierta posibilidad de cooperación en ciertos campos. Europa se centra en la economía, los negocios, abarca el mínimo de las cuestiones de seguridad, pero no descarta la paulatina intensificación de la alianza en base a la coincidencia de intereses comerciales y de la cultura común. Turquía es una potencia regional en auge; históricamente perteneció a Europa, igual que Rusia, pero también saliendo de sus fronteras; es un proveedor de energía y un socio-rival en el gran juego postsoviético y en el del Oriente Próximo. Japón, así como los demás países asiáticos proestadounidenses, representa un contrapeso potencial a la creciente influencia de China y participa en los programas del desarrollo de Siberia y del Lejano Oriente. Estas direcciones de política no son mutuamente excluyentes, se complementan de manera bastante complicada.

Tampoco existen en el sentido tradicional del término un Oriente y Asia. Tradicionalmente interpretada en Rusia como sinónimo del atraso y subdesarrollo, Asia se convirtió en el símbolo del desarrollo más dinámico y prometedor. Las relaciones con China son el tema de mayor relevancia para los próximos años. Pero todavía no está claro qué modelo de relaciones cabe escoger: por primera vez, China supera a Rusia en la mayor parte de factores. Habrá que maniobrar entre la necesidad de mantener las estupendas relaciones con China y evitar la dependencia de ésta. Para Rusia, estas relaciones deben ser una dirección de política exterior totalmente independiente, sean como sean las relaciones con EEUU. Por desgracia, en Rusia suelen relacionar lo uno con lo otro.

Tampoco es justo seguir viendo los países post soviéticos como el escenario de severas luchas geopolíticas por influencia. Por una parte, los grandes actores internacionales tienen demasiados problemas ya como para prestar mucha atención a los problemáticos Estados de la antigua periferia post soviética.  Por otra parte, el grado de riesgos relacionados por ejemplo con el futuro de Afganistán es tan alto que ya es hora de abandonar la competencia y ponerse a coordinar esfuerzos. La retirada de EEUU en 2014 dejará allí un vacío de seguridad, y no está claro qué hacer con él. Los intentos de Rusia de organizar una estrategia regional en el marco de la Organización del Tratado de la Seguridad Colectiva (OTSC) o de Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) por ahora no brindan ningún resultado.

La política internacional de hoy consiste en la desaparición de todas las tendencias habituales, ideológicas y políticas, y en la transformación de relaciones tradicionales. Para Rusia, con su geografía transcontinental e intereses localizados a lo largo de todas sus enormes fronteras, es de importancia vital mantener la libertad de actuación y la flexibilidad, que garantizarán la posibilidad de interactuar con quien y cuando sea necesario. Ya no hace falta la política pro o anti occidental, al menos hasta que aparezca un nuevo sistema estable de relaciones en el mundo. Pero esto no va a ocurrir pronto.


*Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.


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