Rusia y EEUU: ante todo, no hacer daño

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La declaración conjunta que rubricaron el lunes pasado los presidentes de EEUU, Barack Obama, y de Rusia, Vladimir Putin, tras su reunión bilateral antes de la cumbre del G20 en Los Cabos (México), fue toda una obra maestra.

La declaración conjunta que rubricaron el lunes pasado los presidentes de EEUU, Barack Obama, y de Rusia, Vladimir Putin, tras su reunión bilateral antes de la cumbre del G20 en Los Cabos (México), fue toda una obra maestra.

La hicieron impecablemente correcta, neutral y constructiva. Las dos partes parecen esforzarse tanto por no pronunciar o no hacer algo que pueda despertar una tormenta que uno no puede sino recordar el “Ante todo, no hacer daño” de Hipócrates.
Hacía casi tres años ya desde la última reunión entre los dos mandatarios.  La última vez que Putin, entonces primer ministro, habló con Obama fue a principios 2009.

Aquella cita quedó grabada en los anales de la historia. Todos recordarán como al preguntar “¿qué tal?”, saludando al estilo norteamericano a su interlocutor, Obama recibió una detallada y sentida respuesta de 45 minutos de duración en la que Putin expuso todas las reclamaciones de Rusia contra Washington.

La última vez que Putin habló con el predecesor de Obama, George W. Bush, en agosto de 2008 durante los Juegos Olímpicos de Pekín, pero aquel diálogo no tuvo nada que ver con los logros deportivos. El líder ruso exigió entonces que Bush parara al presidente georgiano, Mijail Saakashvili, que inició aquel día la guerra en Osetia del Sur, un conflicto en el que Georgia muy pronto fue derrotada.

Las últimas negociaciones ruso-estadounidenses en que Putin participó en calidad de presidente, se celebraron en abril de 2008 en Sochi (balneario ruso sobre la costa del Mar Negro): entonces, Putin y Bush adoptaron una declaración marco bilateral sobre las relaciones ruso-estadounidenses. Fue un documento muy ponderado y optimista: contenía, en esencia, toda la agenda para el futuro ‘reinicio’.  El colapso de las relaciones que sucedió en verano y otoño de aquel mismo año se debió, en buena medida, a que la política práctica, ante todo de EEUU, difirió mucho de la trazada en el documento. En otras palabras, Moscú llegó a la evidente conclusión de que Washington le estaba engañando. Y es que las dos prioridades estratégicas que la Administración Bush intentó convertir en su herencia de política exterior afectaban los intereses de Rusia, perjudicando así las relaciones bilaterales: se trataba de la adhesión de Georgia y Ucrania a la OTAN y del emplazamiento de la tercera zona de defensa antimisiles en Europa Oriental. La guerra en Osetia del Sur en agosto de 2008 lógicamente encajaba en el intento de plasmar aquellas prioridades.
Como resultado, la interacción entre Putin y George W. Bush sufrió una fatal pérdida de confianza por parte de Rusia, cuyas huellas todavía persisten. El presidente ruso está convencido de que cualquier acuerdo verbal con EEUU carece de sentido, fiándose solo de largas negociaciones sin compromiso, coronadas por convenios vinculantes.  

Por otra parte, el verdadero ‘reinicio’ entre Rusia y EEUU en 2009 se hizo posible solo después de que Moscú creyera que Barack Obama, a diferencia de su antecesor, es fiel a su palabra. Prometió revisar los planes de Bush sobre los elementos de defensa antimisiles en Polonia y la República Checa, y lo hizo. Moscú se mostró dispuesto a responder con lo mismo: la primera declaración abierta de que Rusia podría ponerse de acuerdo con las sanciones contra Irán la hizo Dmitri Medvédev un día después de que Obama renunciase a las iniciativas de Bush en Europa Oriental.

Sin embargo, hoy las relaciones entre Rusia y Estados Unidos son tensas, los frutos del reinicio parecen haberse esfumado. Putin no acudió a la cumbre del G-8 celebrada en Camp David (EEUU) al ofenderse porque Obama no vendría a la de la APEC que se celebraría en septiembre en la ciudad rusa de Vladivostok. La cuestión siria va provocando un sinfín de críticas mutuas entre la secretaria de Estado de EEUU, Hillary Clinton, y el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov. Los senadores han acusado a la corporación pública rusa Rosoboronexport de coadyuvar al programa iraní de desarrollo de misiles balísticos. Y además el Congreso está a punto de aprobar una nueva ley sobre comercio con Rusia: la famosa enmienda Jackson-Vanik queda relegada al pasado, cediendo paso al documento que permitirá sanciones contra personas con presunta implicación en el ‘caso Magnitski’ y otros casos similares.  Si recordamos además la crítica contra Rusia por la ley sobre mítines y los registros en viviendas de opositores, el callejón sin salida en el que queda estancada la cuestión de la DAM y las habituales ya escapadas del embajador de EEUU Michael McFaul, la situación parecerá muy alarmante. Pero en realidad no es para tanto, y el encuentro en México lo ha corroborado.

Unas negociaciones sin compromiso con elementos de guerra propagandística destinada a hacer ceder a la contraparte es lo normal en las relaciones entre dos grandes potencias, no se trata de nada personal. Las discrepancias en torno a Siria e Irán son el aspecto más relevante ahora, porque en ambos casos el momento decisivo está por llegar. Es verdad que el contexto de relaciones en los dos ámbitos no es nada amigable, pero tampoco se trata de una hostilidad extraordinaria.

Lo más importante es cómo intentan los órganos del poder ejecutivo estadounidense disminuir el daño de los pasos políticos. Por ejemplo, el Departamento de Estado y la Casa Blanca, al mostrarse solidarios con los partidarios republicanos de la lista de Magnitski, están esforzándose por limitar su efecto negativo. El Departamento de Estado había aprobado su propia lista preventiva el año pasado (no fue publicada y es más corta), para evitar que bajo el pretexto de la tragedia de Serguéi Magnitski el Congreso prohibiera la entrada en el país a quien se le antojara. El Pentágono, cuya resolución es decisiva en los casos de Siria e Irán, no se apresura a satisfacer las demandas de castigar a Rusia y oficialmente se distancia de las acusaciones de Clinton. El departamento militar entiende que le es mucho más importante ahora mantener la estable interacción con Rusia en Afganistán (acerca de equipos, cargas, tránsito o itinerarios), que verse involucrado en juegos políticos.

Cuando se trata de relaciones complicadas entre Estados que hace tan poco tiempo fueron enemigos mortales, no cabe esperar un cielo despejado. La cuestión es si los roces son preludio de un conflicto intencionado o si son unas consecuencias lógicas de factores objetivos. Actualmente, las relaciones ruso-estadounidenses no están dirigidas a una contraposición obstinada, al menos al nivel de los líderes. Es verdad que no existe amistad ni simpatía entre Putin y Obama, y es poco probable que aparezcan algún día. Pero es mucho más importante si se ven el uno al otro como socios capaces de mantener la palabra en caso de hallar algún consenso. La declaración conjunta da esperanzas de que esto sea posible.

*Fiodor Lukiánov es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.


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