Uzbekistán abandona la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva para apoyarse en EEUU

© RIA Novosti . Sergey Guneev / Acceder al contenido multimediaUzbekistán se retiró de la OTSC
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Uzbekistán de nuevo ha tomado la decisión de abandonar la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC).

Uzbekistán de nuevo ha tomado la decisión de abandonar la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC).

La actual postura distante mostrada por Tashkent hacia Moscú ha coincidido con el aumento de discrepancias provocado por la elaboración por los miembros de la organización de una política regional común.

Sin embargo, las incesantes maniobras de Uzbekistán entre Rusia y Estados Unidos no ha impulsado al Gobierno del presidente Islam Karímov hacia liderazgo en la región.

Había pocas opciones

El jueves pasado se supo que Tashkent había suspendido su participación en las actividades de la OTSC. “La Correspondiente nota del Ministerio de Asuntos Exteriores de Uzbekistán se envió al Secretariado de la OTSC el 20 de junio”, se señala en el comunicado del Ministerio.

Los medios periodísticos rusos, comentando dicha decisión, indican que Tashkent estaba en desacuerdo con la política de Moscú en el asunto de Afganistán y que el presidente del país asiático, Islam Karímov, solía mostrarse muy cauteloso respecto a una estrecha cooperación política de los miembros de la Organización.

Además, Tashkent se muestra contrario a la iniciativa de Moscú de alcanzar una postura única de la OTSC sobre problemas regionales. Los dirigentes uzbekos prefieren la diplomacia bilateral y no están dispuestos a delegar parte de su soberanía en Rusia.

Pero la decisión de Uzbekistán supone la pérdida de una parte de la soberanía del país, solo que a favor de Washington.

Ya ha habido precedentes

En realidad, Uzbekistán siempre ha tenido una opinión muy particular acerca de la OTSC: en 1999 Tashkent abandonó la Organización para iniciar su primer coqueteo, breve pero intenso, con la diplomacia estadounidense.

En aquellos momentos en el espacio de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) se formó una estructura conocida bajo el nombre de GUUAM e integrada por Georgia, Ucrania, Uzbekistán, Azerbaiyán y Moldavia.

No se consiguió conceder a este bloque el más mínimo sentido, dado que era solo un grupo de países que boicoteaban los proyectos integracionistas promovidos por Rusia en el área postsoviética. Además, hasta noviembre de 2005 Estados Unidos pudo usar la base aérea uzbeka de Karshi-Kanabad como un destino de tránsito hacia Afganistán, de modo que se solucionaba un problema táctico.

No obstante, en mayo de 2005 después de que fuera suprimida la rebelión en la ciudad de Andiján, Washington sometió a Uzbekistán a duras críticas, aprovechando la ocasión para hacer públicas todas las discrepancias acumuladas. Acto seguido, la presencia militar estadounidense en el país fue interrumpida y el presidente Karímov, buscando apoyo, volvió a mirar hacia el norte, hacia Moscú y a la integración en la OTSC.

En la actualidad la tendencia es completamente opuesta y quién sabe si es la última vez. Porque un importante problema regional que es la tácita rivalidad con Kazajstán por el liderazgo en Asia Central de momento no tiene solución para el Gobierno de Uzbekistán. Hasta ahora la balanza se ha inclinado claramente a favor de Astaná.

El régimen de Nazarbáyev ha sabido garantizarle a Kazajstán un largo período de relativa estabilidad política que se vuelve casi absoluta en comparación con los vecinos asiáticos, además de unos ritmos de crecimiento económico invariablemente altos que le permiten al país ocupar uno de los primeros lugares entre todas las antiguas repúblicas soviéticas.

Islam Karímov no puede ostentar los mismos éxitos. A pesar de que hace frente de una manera más o menos exitosa a la inestabilidad interna materializada en forma de ataques de fundamentalistas islámicos en 1999 y 2000 y la rebelión en Andiján en 2005, sofocada con brutalidad, falló a la hora de sentar bases para el aumento de los ingresos de la población, reforzar la legitimidad del sistema político actual y la influencia en los vecinos.

Astaná en su política regional tradicionalmente se suma a la postura de Moscú, llegando a hacer de ‘representante ruso’ en la región. Esta situación le parecía conveniente a todos los países, menos a Uzbekistán.

De modo que un cambio tan brusco en las prioridades geopolíticas de Tashkent lo único que pone de manifiesto es la búsqueda por parte de este país de su lugar en Asia Central. O también podría ser que se trate de un intento de amoldar la realidad a las ambiciones existentes.

Estando por todas partes, no se suele estar en ninguna

La actual Asia Central es una región a la que es más fácil llegar que retirarse. En su momento las autoridades soviéticas se dieron perfecta cuenta de ello, tras introducir las tropas en Afganistán y quedar atrapadas para mucho tiempo. Esta misma situación es aplicable a la misión internacional afgana de Estados Unidos.

Washington intenta marcharse de Afganistán intentando aprovechar el esquema de Irak y de Vietnam, aunque en este último caso se aplicara sin demasiado éxito. A principios de 1970 incluso empezó a circular la expresión de “vietnamizar el conflicto en Indochina”, delegando todas las responsabilidades en un Gobierno leal a EEUU y limitarse Washington a ofrecerle todo tipo de apoyo. Todo acabó en 1975, al pasar sin dificultad alguna las tropas del Vietnam del Norte al sur y ocupar Saigón.

Dada la necesidad de retirar las tropas estadounidenses de Afganistán y con la desestabilización de la situación en las áreas adyacentes a Pakistán, a Washington le resultaría altamente importante poder contar en Asia Central con una base militar de apoyo propia y no prestada por Rusia.

Los riesgos de la inestabilidad en la región están aumentando: en Pakistán tras la retirada del Gobierno formado por militares empezó una nueva espiral de desórdenes públicos, acompañados por la pérdida de control sobre provincias enteras y un crecimiento sin precedentes de la corrupción. Teniendo en cuenta la cercanía étnica de los pastunes, sería de suponer que los islamistas radicales del vecino Afganistán intentarían aprovechar la ocasión. Sin embargo, el camino hacia el norte tampoco está olvidado.

A finales del siglo XX y principios del siglo XXI el fundamentalismo islámico, lejos de infiltrarse de manera imperceptible, busca irrumpir abiertamente en el corazón mismo de Asia Central, en el Valle de Fergana. En un momento determinado su ofensiva fue aplastada por un esfuerzo común y aquella operación propició el entendimiento de la necesidad de unos mecanismos de seguridad colectiva que suponían el incremento del papel de Rusia y el afianzamiento de los regímenes locales. De ahora en adelante, Uzbekistán confiará esta función a Estados Unidos.

En realidad, Tashkent no dispone de recursos necesarios para mantener la seguridad no ya en la región, sino dentro del propio país. Y por esa razón emprende una búsqueda desesperada de alguna fuerza a la que encargar esa misión. Por muy paradójico que parezca, las incesantes maniobras para poder convertirse en el líder regional le privan a Uzbekistán de la libertad de elección y le obligan a ceder ante importantes agentes geopolíticos presentes en Asia Central.

Dejando al margen la bastante discutible estabilidad política del régimen de Islam Karímov, solo se puede nombrar una única pero importante ventaja de Uzbekistán: su situación geográfica.

Como resultado, los agentes geopolíticos se ven obligados a recurrir a Uzbekistán, pero todavía no lo ven como un estable líder regional precisamente debido a un comportamiento impredecible y a la solución armada de los conflictos internos.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

 

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