Rusia y Turquía unidas por protagonismo solitario

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El primer ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, realizó el miércoles pasado una visita de trabajo a Moscú por invitación del presidente ruso, Vladímir Putin, con quien mantiene frecuentes diálogos desde hace tiempo.

El primer ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, realizó el miércoles pasado una visita de trabajo a Moscú por invitación del presidente ruso, Vladímir Putin, con quien mantiene frecuentes diálogos desde hace tiempo.

Esta vez la conversación giró en torno a Siria: los dos países desempeñan un papel clave en todos los procesos relacionados con la crisis siria, pero tienen posturas opuestas. Los enfoques de Moscú y Ankara son tan diferentes que cualquier compromiso parece imposible. Sin embargo, estas discrepancias, aunque tan profundas, difícilmente afectarán la esencia de las relaciones ruso-turcas. Aparte de los complicados pero interconectados intereses en los ámbitos de gas y economía, los dos Estados tienen en común ciertos aspectos conceptuales.

El destino histórico de Rusia y Turquía en lo que a sus relaciones con Europa se refiere es muy parecido. Los dos países poseen antiguas tradiciones de grandes potencias, participaron activamente en la política del Viejo Mundo durante varios siglos y sin embargo las principales potencias europeas nunca los consideraron como socios iguales.

Dentro de ambas naciones no hay unanimidad respecto a su pertenencia al mundo europeo y, en caso de haberla, el grado de esta relación. En el curso de los últimos decenios (Rusia, durante 20 años, Turquía durante 50) tanto Moscú como Ankara se mostraron dispuestos a integrarse de tal o cual modo en Europa, manteniendo su identidad autónoma y muy específica. El resultado es el mismo. Pero aquí terminan las coincidencias: mientras que Rusia se queda esperando, Turquía está atacando a los europeos.

La perseverancia de Turquía es comprensible: Ankara apostó por la Unión Europea (UE) mucho más que Moscú. La cuestión sobre la integración fue abordada por primera vez ya en 1963, pero con la llegada al poder de Recep Tayyip Erdogan en los albores de los 2000 Turquía intensificó sus esfuerzos para la democratización todavía más. Es verdad que los detractores comentan que el objetivo real del primer ministro turco no fue la europeización sino el intento de sobreponerse al Ejército disminuyendo su influencia política, pero lo cortés no quita lo valiente.

Cuanto más se esforzaba Turquía por realizar su “hoja de ruta” hacia la UE, tanto menor parecía el deseo de la Unión Europea de prometerle algo. Y a finales de la primera década de los 2000 se hizo evidente lo que nadie se atrevía a pronunciar: a Turquía no la adoptaban no por falta de democracia sino por abundancia de musulmanes. Imaginarse dentro de la UE una potencia musulmana de 80 millones de habitantes con correspondientes derechos y posibilidades nunca ha sido posible, pero ahora el creciente miedo ante el Islam en Europa Occidental descarta esta posibilidad de manera aun más categórica. Es difícil decir cuándo se dieron cuenta de ello en Ankara, pero es cierto que en un momento su comportamiento cambió.

Formalmente, Turquía continúa sus negociaciones sobre la integración y sobre la aproximación de su modelo socio-político al europeo. Pero en realidad, ahora Ankara está criticando a Europa de manera implacable: por violar los derechos humanos (de los musulmanes), por falta de tolerancia, por xenofobia, etc. Es un efecto bumerán. En el periodo de la presidencia de Chipre, Turquía congeló sus contactos oficiales con la UE. Parece que Ankara se animó aun más por el hecho de que Grecia, su oponente histórico y protector de Nicosia, no solo se encuentra en un estado lamentable sino que se convirtió en un dolor de cabeza para toda Europa.

Al mismo tiempo, Turquía está aumentando el grado de su actividad política, posicionándose como la principal potencia de la región, que está realizando una política independiente y aspira a construir relaciones equitativas con todo el mundo, incluido EEUU. La creciente perseverancia de Turquía les tomó por sorpresa a todos pero sobre todo a Europa, que no sabe cómo reaccionar.

Es cierto que pese a sus avances políticos y económicos, Ankara no tiene bastantes recursos para nadar sola, tanto más si se propone hacerlo por todas partes. Erdogan espera que se produzca el efecto acumulativo: muestra su determinación en todas las direcciones para que todo el mundo crea que es muy serio. Pero si Ankara pone demasiado ahínco en estas demostraciones, provocará una reacción opuesta en todas las direcciones también. Turquía tiene muchos socios, pero ningún amigo: apenas algún vecino suyo se siente tranquilo, pero cada uno espera aprovecharse de la situación para adquirir la benevolencia de Turquía. En este sentido, Turquía también recuerda a Rusia.

Aunque Turquía no muestra abiertamente que tiene ojeriza a Europa, esto es algo que se nota: el gobierno se empeña por mostrar cuánto ha perdido el Viejo Mundo al rechazar a Turquía. Se produce una competencia evidente en Oriente Próximo: Turquía asume el papel de patrón de las democracias emergentes para sustituir a la UE. Además, Europa puede verse afectada por la propia política que aplicó al dar a Turquía protagonismo como principal país de tránsito y distribución de sus hidrocarburos, intentando así reducir la influencia de Moscú. Ahora su dependencia del proveedor (Rusia) se sumará a la del importante punto de tránsito (Turquía).

Actualmente, cuando el mundo está pasando por transformaciones caóticas y precipitadas, el factor más importante de estabilidad de cualquier Estado es su capacidad de determinar correctamente las prioridades y las esferas de sus intereses, así como formular y mantener su identidad. Tanto Rusia como Turquía son países expuestos a una transformación fundamental, por lo cual acaban de tomar este rumbo. Este hecho va a estimular y determinar el interés mutuo más que las discrepancias respecto a los problemas globales y regionales.

*Fiodor Lukiánov, es director de la revista Rusia en la política global, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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