El mundo está cansado de los problemas de Ucrania

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Hace un año, el 5 de agosto de 2011, la exprimera ministra de Ucrania, Yulia Timoshenko, fue detenida por desacato al tribunal que la juzgaba bajo cargos de malversación de fondos públicos y abuso del poder.

Hace un año, el 5 de agosto de 2011, la exprimera ministra de Ucrania, Yulia Timoshenko, fue detenida por desacato al tribunal que la juzgaba bajo cargos de malversación de fondos públicos y abuso del poder.

Aunque fue la propia Timoshenko la que provocó al tribunal a tomar esta decisión, impidiendo a la interrogación de los testigos, su arresto fue toda una sorpresa. Al cabo de dos meses, el tribunal la declaró culpable y condenó a siete años de prisión. Con la crueldad del veredicto se escandalizaron hasta los oponentes de Timoshenko. El día de su arresto llegó a ser el momento crucial en la historia de la política ucraniana moderna que hasta aquel momento había intentado evitar cualquier conflicto de efectos irreversibles. Ni siquiera en el periodo de la crisis más acuciante de 2004 las partes oponentes se arriesgaron a cruzar la línea que dejara imposible cualquier diálogo. Sin embargo, no fue la Revolución Naranja sino el caso Timoshenko el verdadero Rubicón para el país.

Pasado un año, podemos sacar conclusiones preliminares de la causa real y los resultados de la investigación iniciada por Kiev.

No cabe duda que la persecución de Timoshenko tuvo un motivo político o, mejor dicho, dos. La exprimera ministra era la única oponente de peso al presidente actual, Víctor Yanukovich, aunque en aquella época ya todos coincidían en la opinión de que su auge político ya había terminado. A propósito, ni el propio proceso ni la sentencia provocaron agitación masiva, lo que confirma que la base electoral de Timoshenko ya no era nada poderosa. Sin embargo, el temor por el posible renacimiento de la mujer más famosa de Ucrania junto con la hostilidad personal entre ella y Yanukóvich la hicieron comparecer ante el tribunal. Hasta cierto momento, la mayoría de comentaristas estaban seguros de que a Timoshenko la condenarían a cierto periodo de libertad condicional con tal de impedir su participación en las próximas elecciones al parlamento, pues la ley prohíbe postularse a personas con antecedentes penales. Pero las autoridades optaron, literalmente, por eliminar a la líder de la oposición durante muchos años.

El segundo objetivo fue más ambicioso aún. Los negocios y la carrera política de Timoshenko abundaban en casos dudosos, pero para formular acusación fue escogido el más raro, relacionado con Rusia directamente. A juzgar por todo esto, Kiev esperaba que la resolución del tribunal creara un fundamento jurídico para revisar los contratos de suministro de gas firmados en enero de 2009 por Timoshenko y el entonces primer ministro de Rusia, Vladímir Putin. Las actividades de Timoshenko realizadas en aquel periodo fueron calificadas como abuso de poder en intereses propios, aunque la existencia de estos intereses no fue probada.

Yanukóvich se puso a promover la revisión de dichos contratos, que Kiev califica de muy dañinos para Ucrania, inmediatamente tras llegar al poder en 2010. Al principio pareció tener suerte: en abril, Moscú y Kiev concluyeron un acuerdo según el cual fue reducido el precio del gas para Ucrania a cambio de la prórroga de la presencia de la Flota rusa del mar Negro en Ucrania hasta 2042. En esencia, los propios contratos quedaron sin cambio: se trató simplemente de un descuento del precio fijado en ellos. Luego Moscú dio a entender que no se proponía hacer más concesiones: a no ser que Ucrania se integrara en las alianzas (Unión Aduanera u otras) con Rusia. Entonces a la luz salió el caso Timoshenko.

Pasó un año. Los contratos quedan como estaban. En este periodo Kiev ha intentado influir en Moscú en varias ocasiones: amenazando con renunciar al gas ruso unas veces, prometiendo dirigirse al arbitraje internacional otras, o persuadiendo y proponiendo ampliar la cooperación en todas las esferas. Pero todo en vano: Rusia sigue asegurando que los contratos firmados son absolutamente legales, y como Kiev todavía no se ha dirigido al tribunal internacional, esto significará que no cree en que esta medida tenga sentido alguno. En cierto momento Moscú dejó el tema del gas como si no existiera ningún problema: los comentarios los hace sólo la parte ucraniana. Al mismo tiempo, Rusia logró poner en marcha el Nord Stream, que conecta Rusia y Europa occidental sin pasar por Ucrania, quitándole el estatus de monopolio, y además intenta estimular el desarrollo de la Unión Aduanera. Moscú está esperando a que la situación en Ucrania se agrave hasta tal punto que Kiev ya no tenga otro remedio que acudir a Rusia y considerar la membresía en la Unión Aduanera y otras alianzas formadas por Putin.

Mientras, las relaciones entre Ucrania y la Unión Europea (UE), que siempre han servido de contrapeso a las con Rusia, están atravesando una crisis profunda, y ante todo debido al caso Timoshenko. Aunque siendo primera ministra Timoshenko perdió las simpatías de Europa por su falta de profesionalidad, ahora, en calidad de líder de oposición perseguida y encarcelada, la exprimera ministra está convirtiéndose en un verdadero símbolo de democracia. La actitud hacia Yanukóvich iba empeorando en todo este periodo hasta tal grado que la cancillera alemana, Ángela Merkel, ya tachó de dictador semejante a Alexandr Lukashenko (Bielorrusia). La Eurocopa 2012, que habría podido simbolizar el triunfo de Ucrania elegida como sede del campeonato, fue empañada por la negativa de muchos líderes europeos de visitar Ucrania debido al caso Timoshenko. Además, la UE se negó a rubricar el acuerdo preparado sobre la adhesión de Ucrania en calidad de miembro asociado, aunque habría sido beneficioso para los europeos. Bruselas y otras capitales europeas se asombran por la postura de las autoridades ucranianas, que insisten en agravar la situación de Timoshenko amenazándole incluso con nuevas acusaciones de abusos en corporación energética (la vista está fijada para agosto) e incluso del asesinato de un diputado en los 1990. Kiev no piensa retroceder, esperando por lo visto que, al entender que las autoridades ucranianas son inexorables, los europeos dejarán tarde o temprano de prestar atención a este caso. Pero para la UE es imposible, desde el punto de vista político.

Las elecciones a la Rada Suprema (parlamento de Ucrania) en otoño de 2012 serán una prueba de fuego para Ucrania. Está claro que Europa y Occidente a priori tomarán las elecciones negativamente. Rusia no va a intervenir, segura de que no habrá una nueva revolución y de que la victoria del oficialista Partido de las Regiones, aunque sea honesta, no tendrá otro resultado que la agravación de relaciones entre Ucrania y UE. Es decir, el abanico de posibilidades de Kiev será aún más estrecho. Y si, por alguna razón, gana la oposición, Ucrania estará sometida a un nuevo periodo de inestabilidad: la coexistencia entre el parlamento y el presidente, su opositor.

Ucrania es un gran Estado europeo que posee de todo lo necesario para tener prestigio y éxito. Pero, por culpa de su élite política, lleva años vagando por un círculo cerrado. Los políticos ucranianos siempre han partido de la idea de que gracias a su importante posición geopolítica el país quedará en el centro de la lucha entre las grandes potencias por la influencia y, por consiguiente, vivirá de los dividendos de sus constantes maniobras entre los Estados rivales. Pero hoy todos los actores de peso tienen sus propios problemas numerosos. Y los de Ucrania, que ya les han cansado a todos, no parecen formar parte de su agenda.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMETE CON LA DE RIA NOVOSTI

*Fiodor Lukiánov, es director de la revista ‘Rusia en la política global’, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

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