La última jugada de Mijaíl Saakashvili para mantenerse en el poder

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Hace cuatro años el presidente de Georgia, Mijaíl Saakashvili, intentó restablecer por fuerza la integridad territorial de su país, agrediendo a Osetia del Sur.

Hace cuatro años el presidente de Georgia, Mijaíl Saakashvili, intentó restablecer por fuerza la integridad territorial de su país, agrediendo a Osetia del Sur.

La derrota en la guerra no provocó un colapso político: contrariamente a las previsiones, Saakashvili se mantuvo al poder e incluso logró afianzar sus posiciones. Pero es cierto que el conflicto cambió, en buena medida, el enfoque político del mandatario georgiano.

En aquel momento se dio cuenta de que no cabía esperar acercamiento institucional con Occidente: ni Europa, ni EEUU se proponían arriesgar nada entrando en conflicto a gran escala con Rusia debido a Tbilisi. Los lemas democráticos no llegaron a adoptarse de verdad y fueron aprovechados tan solo para mantener la atención y ayuda del Occidente. Dentro de la propia Georgia, Saakashvili, terminada la guerra, se puso a hacer hincapié en otros ejemplos: el del fundador de la República de Turquía, Mustafa Kemal Atatürk, y el del fundador de Singapur, Lee Kuan Yew. Sus prioridades tienen lógica. Ambos crearon el sistema estatal desde cero. Al mismo tiempo, Atatürk estaba eliminando la tradición otomana.  Los dos prestaron una atención considerable al cambio en la mentalidad de los compatriotas. Los dos estuvieron al mando durante un periodo bastante largo, negándose a aceptar la democracia como medio para la modernización.

Todo ello coincide totalmente con la visión del presidente georgiano de cómo hay que reformar el país. Sus reformas, desde el principio, se caracterizaron por el carácter radical y la disposición a no reparar en los inconvenientes de una gran parte de la población: los mayores a 40, 50 años,  los empleados de las ramas como la agricultura. Y lo principal para él consiste en dejar de mirar hacia el pasado, tanto soviético como presoviético, caucásico y cualquiera otro. En otras palabras, superar la tradición que, como está convencido Saakashvili, impide la transformación en un país “normal”. Es obvio que para transformaciones tan duras hace falta un aparato de represión poderoso, en el que se convirtió el Ministerio del Interior, dotado en Georgia de competencias inexorables.

La derrota en la guerra, por muy extraño que parezca, favoreció al régimen. Primero, Saakashvili se quitó el problema del restablecimiento de la integridad territorial que agobiaba a cualquier líder georgiano. Ahora ya se puede achacarlo a consecuencias de fuerza mayor y ocuparse de una campaña publicitaria ventajosa.   Además, para  los fines del “restablecimiento de lo destruido” Georgia obtuvo de Occidente  medios que superaron lo concedido en 15 años anteriores. En fin, piensen lo que piensen en las capitales europeas y en Washington sobre el mandatario georgiano, en la actual situación ya no tienen otro remedio que apoyarle ante el riesgo de la “agresión rusa”. Y un factor más a favor de Saakashvili: las críticas bruscas de Moscú contra Saakashvili provocaron, después de la guerra, un sentimiento de solidaridad entre los georgianos, muchos de los cuales, aunque estando en contra de sus aventuras, prefieren defender a su líder a verle atacado.

El reto del presidente georgiano hoy ya no es la guerra de agosto de 2008, sino la dinámica del desarrollo de la sociedad. El paso formal lo marcó la llegada a la política en otoño pasado del hombre más rico del país, Bidzina Ivanishvili, quien goza no sólo de recursos financieros enormes, sino también de una reputación inmaculada. La aparición de Ivanishvili en el escenario político inspiró a los numerosos pero desmoralizados y desunidos adversarios del curso de Saakashvili. Como consecuencia, a la coalición opositora de Ivanishvili, El Sueño Georgiano, se adhirió casi todo el mundo. Pero en primer lugar esto se debe al carácter de la política del presidente.  Lo que era posible alcanzar con los métodos que escogió Saakashvili ya está alcanzado, pero para un cambio radical hacen falta métodos diferentes.

En los años de su presidencia Mijaíl Saakashvili consiguió un logro serio: construyó e hizo funcionar eficientemente el aparato estatal. Los policías y guardias fronterizos, atentos y galantes; la falta absoluta de corrupción a nivel cotidiano (en un país donde se consideró un elemento de cultura), la prestación impecable de servicios estatales (mientras que antes se consideró que el desorden y caos son características de la mentalidad nacional), la alta recaudación de impuestos. Ningún otro Estado postsoviético puede ostentar logros semejantes.

El secreto del éxito consiste en un Estado policial que controla a todo el mundo. Cualquier iniciativa debe ser aprobada, formal o informalmente, por los de arriba, y la aprobación se concede solo en el caso de que el iniciador esté dispuesto a coadyuvar a la construcción del Estado que  le parezca correcto a Mijaíl Saakashvili. Pero el desarrollo posterior requiere salir del marco del modelo administrativo, tanto más teniendo en cuenta que el seguir intentando romper la psicología y tradición nacional generará una resistencia forzada. En otras palabras, es imprescindible reconsiderar las reformas tomando en consideración las peculiaridades del “material humano” y no con el objetivo de modificarlo.

Sin embargo, las autoridades no están dispuestas a cambiar su enfoque, esperando conseguir el predominio absoluto en las elecciones parlamentarias en otoño. Serán elecciones decisivas, porque el año que viene Georgia va a cambiar el estatus de república presidencial al de  parlamentaria, con Saakashvili en calidad de primer ministro. Y esto es un signo de la táctica elaborada para mantenerse al poder, la cual nunca ha llevado a buenos resultados.

Mijaíl  Saakashvili cree con todo el corazón que en esto consiste su misión y que no debe dejar el mando hasta que su visión del porvenir de Georgia sea una realidad. En la práctica esto significará el reforzamiento de supresión de la oposición, la que el líder georgiano califica de una “fuerza de caos” destructora, y los intentos de mantener el poder a todo precio. Escoge un camino peligroso que no garantiza éxito. Y, lo principal, es que suena mucho al famoso camino postsoviético, tan odiado por el presidente reformador georgiano, que  siempre ha intentado evitarlo. 

* Fiodor Lukiánov, es director de la revista Rusia en la política global, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

 

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