El fabricante de la viagra se rinde ante el Alzheimer

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A pesar de que dos de las compañías farmacéuticas más importantes han abandonado los trabajos para desarrollar medicamentos contra la terrible enfermedad de Alzheimer, que es capaz de transformar a una persona en un vegetal, los expertos creen que podrían aparecer en breve.

A pesar de que dos de las compañías farmacéuticas más importantes han abandonado los trabajos para desarrollar medicamentos contra la terrible enfermedad de Alzheimer, que es capaz de transformar a una persona en un vegetal, los expertos creen que podrían aparecer en breve.

Las compañías Pfizer y Johnson&Johnson anunciaron hace días que habían tomado la decisión de abandonar los trabajos conjuntos de desarrollo de un prometedor preparado intravenoso para el tratamiento de la enfermedad. Los familiares de los millones de personas que sufren el síndrome de Alzheimer en todo el mundo consideran esta noticia como una tragedia personal.

Los analistas del mercado farmacéutico sospechan, sin embargo, que Pfizer y Johnson&Johnson no se han limitado a reconocer públicamente su impotencia, sino que estaríamos únicamente ante una decisión de minimizar sus pérdidas en vísperas de la aparición de un medicamento de efectos semejantes que, a un ritmo mucho más rápido, estaría preparando para sacar al mercado uno de sus competidores, cuyo nombre todavía se desconoce.

En opinión de los especialistas rusos, la enfermedad de Alzheimer se convertirá en el futuro en uno de los problemas más importantes para el sistema sanitario nacional, ya que se trata de una enfermedad cuya aparición se constata en personas cada vez más jóvenes. Sin embargo, no merece la pena asustarse: ¡Mejor empezar ya a hacer más crucigramas!

Un descenso a la oscuridad

Durante mucho tiempo esta terrible variante de la demencia senil (que recibe su nombre por el médico alemán Alois Alzheimer, que la diagnosticó por vez primera en 1901) era conocida solo en un reducido círculo de los psiquiatras y gerontólogos. Su momento de máxima difusión mediática lo tuvo en noviembre de 1994, cuando el 40º presidente de los EEUU Ronald Reagan se dirigió a la nación con una carta de despedida: “Recientemente me han comunicado que soy uno de los millones de estadounidenses que se enfrentan a los sufrimientos de la enfermedad de Alzheimer... En estos momentos me encuentro bien. Espero vivir los días que el Señor quiera concederme sobre esta tierra haciendo las cosas que siempre hice... Empiezo ahora un viaje que me llevará al ocaso de mis días... Que Dios os bendiga.”

Desde aquel momento nadie volvió a ver a Reagan, salvo las personas más cercanas y el personal médico que le atendía, porque se trata de un estado límite entre la vida y la muerte en el que el enfermo va perdiendo el contacto con el mundo exterior y acaba convirtiéndose en una especie de muñeco vivo que empieza no reconociendo a las personas y acaba sin poder reconocer tampoco los objetos cotidianos; y como el enfermo es también incapaz de controlar sus funciones fisiológicas, su estado se convierte en algo muy doloroso de ver.

Reagan moriría diez años después, confirmando una vez más las observaciones de los médicos que dan una esperanza de vida de entre 7 y 14 años a los enfermos de Alzheimer una vez la enfermedad es diagnosticada.

Un reblandecimiento del cerebro digno de los premios Nobel

Todos esos años la esposa del presidente Nancy Reagan estuvo con gran pundonor siempre al lado de su marido, confiando en un milagro que no llegaría a producirse. Tres años antes de la muerte de Reagan, intentó convencer a George Bush –para el que Reagan era, en opinión de muchos americanos, una suerte de padre espiritual- para que financiara con cargo al presupuesto federal la investigación con células madre, con la esperanza de que pudieran aportar una solución a la enfermedad de Alzheimer. Por ironías del destino, el que acabaría manifestándose a favor de esas investigaciones sería Barack Obama, una vez elegido presidente.

Sin embargo, las células madre difícilmente podrían haber ayudado a Reagan. En principio gracias a ellas sería posible reconstruir un hígado o cualquier otro órgano de una persona o un tejido y cambiarlo por el deteriorado o enfermo. Pero no el cerebro de un ser humano.

Mucho más prometedoras parecían las investigaciones del profesor estadounidense Stanley Prusiner sobre otra enfermedad de difícil cura: el mal llamado de las “vacas locas”, capaz de provocar en el ser humano el reblandecimiento mortal del cerebro. La causa de la enfermedad son al parecer los denominados priones, unas proteínas patógenas que, sin tener ellas mismas un ADN, eran capaces de multiplicarse en los tejidos del cerebro de los seres humanos, llegando incluso a poder transmitirse a otros individuos como los virus o las bacterias (cosa que, de acuerdo con los cánones de la ciencia moderna, era algo completamente imposible).

Por sus investigaciones sobre los priones, Prusiner recibió el premio Nobel en 1997. En 1998 el premio Nobel correspondió a otro científico por sus investigaciones en el campo de la dilatación de los vasos sanguíneos; investigaciones que sirvieron de base para desarrollar la famosa viagra, que sería lanzada al mercado en 1998 por la empresa Pfizer.

En aquel momento se gastaron muchas bromas sobre el particular, pero aunque no había manera de probar nada, el comité de los premios Nobel quedó bajo sospecha de haberle hecho publicidad gratuita a las milagrosas pastillas.

Colesterol cerebral

El medicamento para el Alzheimer había sido uno de los grandes proyectos de Pfizer. Ya a comienzos de los noventa los científicos habían descubierto que en el cerebro de los enfermos de Alzheimer, se acumulaban en grandes cantidades placas de la proteína beta-amiloide. Estas, como los priones de Prusiner, serían las causantes de las disfunciones de las células principales del cerebro, las neuronas.

La descripción recordaba mucho los efectos del colesterol atascando los vasos sanguíneos. Y estaba claro por tanto el método terapéutico: disolver esas placas de “colesterol cerebral” o, si esto no era posible, detener su formación o disminuir la velocidad de su crecimiento.

Se desarrolló una sustancia capaz de controlar la formación de placas de beta-amiloide. Su nombre comercial era Bapineuzumab, correspondiendo los derechos de patente a la empresa farmacéutica Elan Corp.

Esta empresa llegó a realizar pruebas del medicamento Bapineuzumab en enfermos de Alzheimer. Al parecer, los efectos eran positivos en los momentos iniciales del tratamiento. Sin embargo, se constató un efecto secundario alarmante: un 6% de los enfermos sometidos voluntariamente al tratamiento de prueba enfermaron de meningitis.

En cualquier caso, el Bapineuzumab era la única alternativa viable para desarrollar en un corto periodo de tiempo un medicamento capaz, si no de curar el Alzheimer, sí al menos mitigar sus efectos. Era preciso únicamente eliminar la posibilidad de contraer meningitis.

Una pequeña convulsión en la Bolsa de Nueva York

Pfizer creó junto con Johnson&Johnson el ‘Programa de inmunoterapia de la enfermedad de Alzheimer’ (AIP por su nombre en inglés Alzheimer's Immunotherapy Program).

¿Por qué razón junto con Johnson&Johnson? Porque en el grupo Johnson&Johnson está la empresa belga Janssen, especializada en investigación farmacéutica, cuyas investigaciones inmunológicas son financiadas en un 49,9% por Elan Corp, que posee la patente del Bapineuzumab.

Todos juntos, sin hacer mucho ruido pero con gran determinación, estuvieron trabajando en el desarrollo de nuevas modificaciones del medicamento hasta llegar al llamado Bapineuzumab-IV, que llegó hasta la tercera fase de los test clínicos. En esta fase normalmente se procede al registro del medicamento y a su lanzamiento comercial. En la cuarta y última, los médicos llevan a cabo el control de la salud de los pacientes a los que se les administra el preparado, que ya pueden comprar en las farmacias.

Y justo en este momento estas empresas anuncian inesperadamente que renuncian al desarrollo de este preparado.

De acuerdo con las declaraciones de los representantes oficiales de las empresas, los test arrojaron unos resultados insatisfactorios, ya que los efectos del medicamento eran iguales a los del placebo (con las cápsulas vacías) administrado a un grupo de control. Las compañías implicadas anunciaron por lo tanto que abandonaban por completo los trabajos de desarrollo y que no tenían intención de emprenderlos de nuevo.

No se ha dado una información oficial sobre la inversión que se ha realizado en este proyecto. Pero en solo unas horas después de que se hiciera pública la noticia, las acciones de Johnson&Johnson en la Bolsa de Nueva York cayeron un 1,22%, las de Pfizer un 2,60%, mientras que las de los dueños de la patente del preparado, Elan Corp., cayeron de golpe un 11,91%. Esta claro que estamos hablando de pérdidas muy importantes.

La demencia está apretando

“Todavía no existe una medicina capaz de tratar el Alzheimer, pero se están realizando investigaciones en todo el mundo para desarrollarla. Si no son estas empresas serán otras las que lo hagan”, opina Serguéi Shuliak, director general de DSM Groupe.

En opinión de este experto, empresas como Pfizer están siempre muy pendientes de lo que ocurre a su alrededor.

“Es posible que se hayan dado cuenta de que hay otra empresa que se les ha adelantado o que ha logrado avances desarrollando otros principios activos. De hecho, en el mercado ya hay otros preparados para el tratamiento paliativo de los enfermos con síndrome de Alzheimer”, comenta Shuliak.

Según sus palabras, no es tan fácil abandonar esas investigaciones, por lo que es posible suponer que, en un futuro cercano, tengamos noticias de grandes avances en este campo, realizados por alguien que por el momento prefiere no dar publicidad a su éxito.

“Pero incluso si este escenario acaba haciéndose realidad, los rusos no tendrán motivos para alegrarse. Está más que claro que un medicamento así estará entre los más caros, incluso para los enfermos de los países occidentales”, considera Shuliak.

Según el experto, el tratamiento de males como por ejemplo la esclerosis múltiple cuesta a día de hoy decenas de miles de euros al mes, y por ello en muchos países está financiado por el Estado. “Los fondos son concedidos por el Estado a las clínicas y hospitales, y el paciente no paga nada”, comenta.

“Las enfermedades psíquicas crónicas como el Alzheimer no suelen estar incluidas en ningún sistema de seguros médicos, pero hay unos cuantos países en los que sí que están cubiertos por la sanidad pública”, confirma la directora del Instituto de Economía de la Sanidad, Larisa Popóvich.

Además, añade la experta, el sistema de seguros de determinados países, por ejemplo el Japón y Alemania, incluye el llamado seguro gerontológico, que cubre los gastos de las residencias de tercera edad especializadas en el trastorno y los de una enfermera que cuida del paciente en su domicilio.

“No es un tema muy conocido en nuestro país, porque esta enfermedad se suele diagnosticar aquí como una especie de demencia senil. Como resultado, los familiares dejan a los pacientes con Alzheimer en clínicas psiquiátricas. Porque incluso la población activa no tiene una vida demasiado fácil y los ancianos, mucho peor”, concluye.

Según sus palabras, el Alzheimer es uno de los principales retos a la sanidad rusa en un futuro no muy lejano, dado que se empieza a diagnosticar a edades cada vez más tempranas. Si antes era típica para personas de edad muy avanzada, en la actualidad se registran casos del trastorno a los pacientes de entre 40 y 50 años.

El pasado abril, la Organización Mundial de Salud publicó el informe ‘La demencia como prioridad de la sanidad social’, donde se indica que en 2030 el número de pacientes con demencia se duplicará y para 2050 se triplicará, alcanzando la cifra de 115,4 millones de personas. Gracias a unos métodos avanzados, el Alzheimer se diagnosticará en un 70%, mientras que en la actualidad incluso en los países más prósperos se diagnostica solo uno de cada cinco casos de demencia.

“La situación con el diagnóstico del Alzheimer no es muy buena, por no mencionar el tratamiento que recibe”, explica el experto en gerontología Pavel Vorobiov, que indica que el diagnóstico en cuestión es de momento un término genérico para una serie de trastornos que provocan consecuencias parecidas.

Sin embargo, el experto introduce una nota de optimismo, recordando que se puede tratar la demencia no solo con pastillas e inyecciones, sino también con métodos más asequibles, por ejemplo, crucigramas. “El cerebro no ha de estar inactivo, tiene que trabajar constantemente. Incluso después de graves derrames cerebrales es capaz de recuperar parcialmente sus funciones”, precisa.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

 

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