China puede ser jugador clave en Oriente Próximo gracias a Egipto

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El destino de la primera visita al extranjero del nuevo presidente de Egipto, Mohamed Mursi, ha sido una sorpresa para todos.

El destino de la primera visita al extranjero del nuevo presidente de Egipto, Mohamed Mursi, ha sido una sorpresa para todos.

El máximo mandatario egipcio acudió a Pekín para una visita de tres días, tras la cual partió para Irán y solo después visitará Estados Unidos. Esta secuencia hace sonreír con gozo a los conocedores de la diplomacia, porque de esta manera Mursi, aparentemente no demasiado experto en la geopolítica, concede un nuevo significado a todo lo que está ocurriendo en Oriente Próximo. Las visitas, sin lugar a dudas, tendrán también efecto en la política de Rusia y Estados Unidos, así como de cualquier otro agente en la región.

La cuestión de los 2.000 millones de dólares

Después de asumir el poder, el presidente de Egipto acudió el pasado 30 de junio en visita a la vecina Etiopía y el pasado 14 de agosto, a Arabia Saudí: en la Meca, un lugar sagrado para cualquier musulmán, celebró su reunión la Organización para la Cooperación Islámica. Además, los nuevos líderes de Egipto, Libia y Túnez no habrían llegado al poder de no haber sido por el apoyo brindado por las monarquías del Golfo Pérsico.

Sin embargo, la visita a China fue una completa sorpresa para todos y no solo por no haber oído nunca nadie de la amistad egipcio-china, sino porque antes de lo que se hablaba era de sus relaciones con Estados Unidos. En más de una ocasión se podía leer en los medios de comunicación estadounidenses que tampoco importaba mucho que al poder en todo el Oriente Próximo estuvieran llegando los fundamentalistas islámicos y que las monarquías del Golfo Pérsico cambiaran indirectamente los regímenes locales a su antojo. A Estados Unidos, se aseguraba, siempre le quedaría Egipto y el nuevo presidente sería fiel a los 2.000 millones de dólares.

Esta cifra es el monto aproximado por el que Washington ofrece anualmente su ayuda, generalmente militar, a Egipto. Servía de cimientos para las especiales relaciones que unían a EEUU con el régimen de Hosni Mubarak. Sin embargo, tanto a las personas como a los Estados les desagrada no tener alternativas. Es nuestro caso la alternativa se ha encontrado y es, todo parece indicar, China. Porque los ya mencionados 2.000 millones de dólares para Pekín no son dinero, sobre todo si hay objetivos claros. Y resulta que los hay.

El arte del equilibrio

En realidad, al acabar la parte oficial de la visita del presidente Mursi a Pekín nadie dijo abiertamente que los chinos estuvieran dispuestos a asumir el papel de Washington respecto a Egipto. Actualmente todos los países que recurren a la ayuda de los “donantes” los tratan con cuidado, intentando conseguir equilibrio, si tienen más de uno.

Tras su visita a China, Mohamed Mursi realizará una amena visita a Estados Unidos, pero antes pasó por Irán. Su escala en Teherán fue muy breve, de tan solo unas horas y su objetivo era entregarles a las autoridades iraníes la presidencia en la Organización de los Países No Alineados. Washington, sin embargo, está disgustado incluso por este detalle.

Las noticias desde Pekín no son demasiado claras. Se comunica que el pasado miércoles se firmaron acuerdos en la esfera de telecomunicaciones, agricultura y medio ambiente. China prometió concederle a El Cairo préstamos por 200 millones de dólares. Se abordó el problema de Siria y se coincidió en que había que acabar con el derramamiento de sangre y hacerlo, preferiblemente, sin intervención desde fuera.

Fue una visita como otra cualquiera, aunque el líder chino, Hu Jintao, subrayó que su país apoya los esfuerzos de Egipto en la preservación de la soberanía nacional y la independencia, declaración que no tardó en ser agradecida por el presidente egipcio. Parecen palabras sin más, pero el que sepa será capaz de sacar conclusiones.

Merecería la pena aclarar, sin embargo, para qué necesita toda esta historia Pekín. Hace algunas semanas en los medios de comunicación chinos empezaron a aparecer comentarios, pero no demasiado detallados, sobre la necesidad de cambiar la antigua línea política en Oriente Próximo, en opinión de muchos, demasiado blanda.

Pekín, como era de entender, no estaba muy contento por el desarrollo de los acontecimientos en la región: iban cayendo regímenes que tenían fuertes vínculos económicos con China. Irán, otro importante socio del país, claramente estaba en el punto de mira de los vecinos árabes. La única pregunta era: “¿Se puede hacer algo al respecto?”.

Ocurre que China se encuentra en una situación todavía más delicada que Rusia y ha de sopesar su postura respecto a Siria o Irán, por ser Rusia exportador de petróleo y no depender de las monarquías del Golfo Pérsico, mientras que China es un importador que compra precisamente en Oriente Próximo, en primer lugar en Irán, pero también a Arabia Saudí y a los demás productores.

La postura de China no deja de ser un motivo de orgullo: el país no se retracta en su deseo de decir en voz alta lo evidente: el hecho de que en Siria no se lleva a cabo ninguna lucha por la democracia, sino que hay dos bandos igualmente crueles y sedientos de sangre y que la oposición armada ha desatado una despiadada guerra contra la población civil. Se señala también, pero ya menos abiertamente, que dicha guerra está orquestada por las monarquías del Golfo Pérsico y uno de los objetivos es debilitar la influencia del socio de Siria odiado por los árabes: Irán. La postura se plasma en las declaraciones y en el correspondiente comportamiento de China, junto con Rusia, en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Sin embargo, la aplicación de dicha línea política no daba resultados aparentes hasta la llegada de Mohamed Mursi, que hasta hace poco simbolizaba cambios que no eran del gusto de Pekín. Sin embargo ahora China podría ganar un amigo entre los nuevos regímenes del Oriente Próximo y una cierta libertad de maniobras en caso de proponérselo.

Es de suponer que Moscú dé algún paso parecido y no obligatoriamente hacia Egipto: China, que ha podido llegar a una fórmula de compromiso con los nuevos dueños del Oriente Próximo, sería muy apreciada por Rusia.

Al mismo tiempo, estamos ante una inmejorable posibilidad para Pekín de vengarse de la Administración estadounidense por algunos años de insistencia en el intento de desplazar abiertamente a China del lugar donde empezaba a dominar, el Sudeste asiático y del continente africano.

Los titiriteros de la “primavera árabe”

¿Qué podría significar para Washington el acercamiento entre Egipto y China? Los mencionados 2.000 millones de dólares, recuerdan los medios de comunicación chinos, se destinaban a la ayuda militar, concretamente a las adquisiciones por El Cairo de armamento fabricado en EEUU. Mientras tanto, Israel también recibía armamento, cada vez más avanzado. En cualquier caso, tanto en Egipto como en los países vecinos desde hace tiempo se dejaba notar el rechazo de la postura proestadounidense de los dos anteriores presidentes egipcios.

China tiene experiencias en el suministro de armamentos a África, de modo que si Egipto de verdad quiere cambiar de suministrador, sería una cuestión meramente técnica.

Circulaban también rumores de que Arabia Saudí mostraba interés por los misiles balísticos chinos. Al mismo tiempo, gracias a la mediación de China la monarquía petrolera podría mejorar sus relaciones con Irán. De modo que la influencia de China en la región está aumentando día a día. Posiblemente podría intentar colaborar en el cese de la guerra en Siria.

Washington, por su parte, corre el peligro de ver debilitada todavía más su influencia en la región, ya no demasiado fuerte, y no solo por culpa de China. Si en los próximos días en EEUU sube el precio de la gasolina, el presidente Obama para no perder las elecciones habrá de recurrir a las reservas estratégicas de petróleo. Y desde la época de Ronald Reagan en caso de este tipo de crisis Arabia Saudí solía aumentar la extracción de petróleo, cosa que actualmente podría no pasar.

Es evidente que en todos los acontecimientos ocurridos en el Oriente Próximo, que cada vez con menos frecuencia son llamados “primaveras árabes”, se deje sentir la mano de Estados Unidos después de la de las monarquías del Golfo Pérsico. Su actuación se rige por su interés hacia el petróleo y por el deseo de aumentar su influencia. Washington aceptó los cambios de regímenes por los más idóneos desde el punto de vista de Riad, pero no muy inclinados a tener buenas relaciones con EEUU, por molestar a Irán y a la vista de sus relaciones tradicionalmente especiales con Egipto.

Aunque, en realidad, todavía no ha ocurrido nada: Mohamed Mursi simplemente visitó Pekín antes que Washington y firmó unos cuantos acuerdos. El efecto, sin embargo, ha sido impactante.

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