Japón vuelve a apostar por las centrales nucleares

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Después del accidente en la central de Fukushima, Japón ha decidido dar un paso inesperado.

Después del accidente en la central de Fukushima, Japón ha decidido dar un paso inesperado.

El País del Sol Naciente volverá a apostar por las centrales nucleares: la empresa J-Power ha anunciado recientemente que terminará las obras de construcción de la central Oma, situada en la nórdica prefectura de Aomori, proyecto abandonado cuando había sido realizado al 40%.

De acuerdo con los planes iniciales, el reactor habría de ponerse en funcionamiento en noviembre de 2014. Por supuesto, dadas las circunstancias, el lanzamiento se aplazaría. ¿Por qué será que un país que ha decidido renunciar definitivamente de aquí al año 2030 al uso del “átomo pacífico” está recuperando las tecnologías nucleares?

Lo que ocurre es que el reactor de la central Oma es muy especial, está diseñado para funcionar con el llamado combustible MOX, una mezcla de óxidos de uranio y plutonio. Este tipo de combustible ofrece una diferencia considerable respecto al combustible comúnmente usado, el dióxido de uranio, enriquecido a base del isótopo de uranio-235.

El reactor de Oma ha de convertirse en un elemento clave del programa de uso de reactores térmicos que funcionarán con una mezcla de isótopos que se acumula en el combustible nuclear “estándar” gastado.

De esta manera los japoneses buscan evitar que el tan necesitado uranio acabe convertido en residuos nucleares. Tampoco deberían llamarse “residuos”, por contener una serie de sustancias fisionables que podrían volver a aprovecharse.

Este proyecto tan especial es visto por Tokio como una etapa transitoria hacia la introducción de nuevas tecnologías de obtención de energía nuclear que se caracterizan por el ciclo ininterrumpido del uso de combustible, un aprovechamiento más completo de los recursos disponibles y el uso de los “reactores rápidos”.

De modo que, a pesar de los anuncios de que la tecnología nuclear se dejaría de usar para 2030, Japón está realizando una sutil transición hacia un nuevo nivel tecnológico en la esfera del “átomo pacífico”.

La razón es evidente: a medio y largo plazo no existirán alternativas a las tecnologías nucleares, por muy de moda que esté el “combustible verde”. Además, esta afición a la actitud respetuosa hacia el medio ambiente suele suponer gastos considerables y en condiciones del actual estancamiento de la economía mundial que promete ser también muy persistente, se está haciendo cada vez más actual la reducción de los costes de producción.

Japón es un país orientado a las exportaciones, con una economía que precisa de gran consumo energético y que al mismo tiempo no dispone de ninguna fuente importante de energía. Lo único que podría jugar a favor de los ecologistas japoneses es el derrumbe unas 3 o 4 veces de los precios del petróleo y un largo período de “petróleo barato”, más o menos como en los felices 1985-2000. O, posiblemente, su salvación estaría en el desarrollo de las tecnologías de la licuación del gas. No obstante, parece poco sensato tener por referente un guión, cuya realización no obligatoriamente se hará realidad.

De modo que Tokio no tiene muchas opciones: el resto de los agentes importantes, y no sólo los de primer orden, sino también India y China, ya están fijando plazos para la transición hacia esta nueva tecnología. Es cuestión de negocio y de competitividad a nivel nacional, y por supuesto, nada personal ni ecológico.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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