La crisis obliga a EEUU elegir entre hegemonía o cooperación

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Vicky Peláez - Sputnik Mundo
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A pesar de que ya nadie cree en las encuestas, una de las preocupaciones más importantes de la elite mundial, representada por los líderes de las transnacionales, es canalizar el pensamiento y las actitudes de la población hacia la aceptación de cambios en la orientación política internacional que dictan las nuevas necesidades económicas derivadas de la crisis mundial.

Cada conjura tiene su comienzo, su período medio y su final (Aristóteles, 384 A.C.-322 A.C.)

A pesar de que ya nadie cree en las encuestas, una de las preocupaciones más importantes de la elite mundial, representada por los líderes de las transnacionales, es canalizar el pensamiento y las actitudes de la población hacia la aceptación de cambios en la orientación política internacional que dictan las nuevas necesidades económicas derivadas de la crisis mundial.

Frente a tales situaciones, los gobiernos involucrados, presionados por la elite, están fabricando un consentimiento en la opinión pública para cubrir las prontas decisiones que están obligados a tomar.

De acuerdo al estudioso norteamericano Noam Chomsky, en el papel propagandístico decisivo no solamente se utilizan los medios de comunicación masiva, sino también las principales organizaciones encuestadoras, que en su mayoría son las Organizaciones No Gubernamentales (ONGs).

Los sondeos de la opinión pública producen números que supuestamente “nunca mienten”. Así después de los trágicos sucesos del aquel 11 de setiembre de 2001 que estremecieron el mundo y lo lanzaron a una vorágine de guerras “preventivas”, numerosas encuestas en los Estados Unidos en 2002 mostraron el deseo de su población en convertir su país en el gendarme global y castigar a las naciones involucradas en el terror.

En aquel momento nadie de los encuestadores se atrevió a indagar sobre la posibilidad de una conspiración o de la existencia de intereses geoeconómicos de los ricos y poderosos del planeta atraídos por los abundantes recursos energéticos en el Medio Oriente y en especial en Irak, para empezar una violenta cruzada occidental en la región.

Tenían que pasar 10 largos años de desgaste para la economía norteamericana y mundial y la pérdida de más de 10 mil de sus hijos y de cientos de miles hombres, mujeres y niños inocentes iraquíes y afganos para que el gobierno de Barack Obama se diera cuenta de lo absurdo, injusto y cruento de aquella política basada en el sentimiento “popular” de la necesidad del castigo.

Precisamente en vísperas de las elecciones presidenciales, cuando la economía nacional está necesitando una reorientación en la política interna y externa, una de las encuestadoras de mayor peso en el mundo, Chicago Council on Global Affairs, presenta un informe titulado “Foreign Policy in the New Millenium” que revela los cambios en la opinión pública norteamericana respecto a su política exterior para el futuro inmediato y mediano.

Resulta que actualmente los estadounidenses, de acuerdo al sondeo de la opinión pública realizado entre mayo y junio de este año, están desilusionados con las guerras en Irak y Afganistán. El 67 por ciento de los encuestados contestaron que no hubiera valido la pena desatarlas. A la vez, el 69 por ciento reconoció que la seguridad nacional estadounidense no ha mejorado después de 10 años de la intervención militar.

Lo interesante es que todos estos resultados se presentan justo cuando Washington, después de retirar parcialmente sus tropas de Irak, anunció la salida de Afganistán para 2014 al cumplir su misión de traer paz y democracia al país.

Por supuesto, el 82 por ciento de los encuestados están apoyando esta decisión y el 71 por ciento manda un mensaje al gobierno de tomar en serio su experiencia en Irak y Afganistán “para que en el futuro sea más cauteloso en el uso de la fuerza militar contra los estados problemáticos” y que utilice más recursos diplomáticos y presiones económicas en vez de emplear militares en casos donde están involucrados los intereses nacionales.

En realidad este cambio en la opinión pública respecto a las futuras intervenciones militares, refleja una campaña implícita y sutil de las transnacionales cuyos intereses en la época de un lento retorno al multilateralismo en las relaciones internacionales después de dos décadas de hegemonía norteamericana, requieren nuevos mecanismos para el control de los recursos naturales del planeta.

Por eso no causa sorpresa la cautela que mostró Barack Obama en su discurso ante las Naciones Unidas respecto a Siria. La misma tendencia muestra también en la tónica de relaciones con Irán donde la belicosidad que caracterizaba al discurso de Washington hace tres meses se ha transformado en un pragmatismo que coincide también con la conclusión del informe del Chicago Council on Foreign Affairs de que el 70 por ciento de los estadounidenses están contra la guerra con Irán.

La economía exige la reducción de los gastos militares en los próximos 10 años y esta tendencia se refleja en la encuesta mencionada. El 68 por ciento de los estadounidenses opta por el recorte de los gastos militares que es siete veces mayor que los de China. También desea la reducción de la enorme cantidad de las bases militares.

Actualmente Estados Unidos posee en su territorio 4.450 bases militares que ocupan 9.800 000 kilómetros cuadrados y además dispone de 1.500 bases alrededor del mundo, 61 de las cuales están en América Latina sin contar las de Puerto Rico. En total, de acuerdo a Asia Times (12 de setiembre, 2012) existen 4.200 instalaciones norteamericanas diseminadas por todo el planeta. Y todo esto sin contar 4.200 bases en Afganistán donde actualmente están estacionados 80.000 soldados aliados y 50.000 contratistas, es decir mercenarios.

En la época de una severa crisis económica estos gastos ya no son sostenibles y representan una abultada carga para el presupuesto del Estado que no puede aliviar ninguna Flexibilización Cuantitativa (QE) ordenada por la Reserva Federal, cuyo monto aplicado ya es de unos tres millones de millones de dólares.

Las nuevas tendencias en la próxima política estadounidense se reflejan particularmente en la opinión de los que representan la “Generación del Milenio” o como los bautizó la revista Nesweek, la “Generación Frustrada”, que son jóvenes entre 18 y 29 años de edad. El 58 por ciento de ellos son muy pesimistas respecto al futuro considerando que su situación económica empeorará en el país y que en los próximos 10 años la economía de China superará a de EE.UU.

Estos jóvenes quieren “terminar con la década de guerra, hacer recortes sustanciales de los gastos militares y evitar nuevas guerras”. En vez de la hegemonía norteamericana quieren relaciones de cooperación para solucionar la crisis económica que tiene prácticamente a todo el mundo en jaque.

Según los autores de esta encuesta, las tareas inmediatas de la política exterior norteamericana para fortalecer su seguridad nacional tienen que ser orientadas sobre todo en recuperar el mercado de trabajo nacional (83%); reducir la dependencia en petróleo importado (77%) y prevenir la proliferación de armas nucleares (72%).

También desean mayor cooperación con otros países para solucionar problemas que están surgiendo en el mundo y establecer, sobre todo, una relación más de cooperación amistosa con China en vez de los actuales intentos de Washington de contenerla en términos geoestratégicos.

Para esta generación, Asia y en especial China, es actualmente más importante que Europa (58% y 40%), mientras que 10 años atrás el informe de Chicago Council on Foreign Affairs reveló que en 2002, China, Japón, Rusia y la Unión Europea habían sido considerados todos igualmente importantes para los Estados Unidos. Las tareas que perdieron en la opinión pública su importancia son los Derechos Humanos (28%) y la promoción de la democracia en el mundo (solamente el 14 por ciento de los encuestados la consideran importante).

En este informe los encuestadores confirmaron lo que el mundo ya lo sabe: tanto los demócratas como los republicanos tienen posiciones similares respecto a la política de relaciones exteriores norteamericanas. Las supuestas disputas y diferencias entre el demócrata Brack Obama y el republicano Willard Mitt Romney son pura retórica, los dos representan los intereses de la misma elite que ya ha gastado dos mil millones de dólares para la presente campaña electoral que culminará el próximo 6 de noviembre.

Recién a partir de aquella fecha sabremos si el gobierno entendió el mensaje de su elite - pueblo que reflejó el informe “Foreign Policy in the New Millennium” del Chicago Council on Global Affairs.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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