Viejos dogmas marcan la relación entre Rusia y EEUU

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Uno de los eventos que, simbólicamente, marcó el inicio del periodo de nuevas relaciones entre EEUU y Rusia aconteció hace 20 años, el 6 de noviembre de 1992.

Uno de los eventos que, simbólicamente, marcó el inicio del periodo de nuevas relaciones entre EEUU y Rusia aconteció hace 20 años, el 6 de noviembre de 1992.

Fue la conversación telefónica de 20 minutos de duración entre el recién electo presidente estadounidense Bill Clinton y el primer presidente de la Federación de Rusia, Boris Yeltsin. Entonces el líder ruso expresó la esperanza de que “las muy buenas relaciones con George H. W. Bush no impidan que las relaciones entre los dos países se hagan aun mejor”. Aseguró a su interlocutor de que la “firme negativa a los viejos dogmas y estereotipos” de Clinton encajaban en su visión de las nuevas relaciones ruso-estadounidenses.

Lo de las “muy buenas relaciones” con el antecesor de Clinton fue una exageración. En realidad, durante la mayor parte de la oposición entre Yeltsin y el presidente de la URSS Mijaíl Gorbachov, George H. W. Bush simpatizó con éste último. La Casa Blanca no pensaba en apoyar a Yeltsin hasta que se hiciera evidente que Gorbachov perdería el poder inminentemente.

En Moscú ponían grandes esperanzas en Clinton: en el curso de su campaña electoral criticó a Bush por no prestar a Rusia ayuda en gran escala y prometió que su enfoque sería totalmente diferente. No es asombroso entonces que cuando pasadas las elecciones visitó Rusia uno de los allegados de Clinton en una visita no formal, le pusieran ultimátum: si no nos ayudan ahora mismo, las viejas fuerzas de aquí tomarán la revancha y el EEUU de hoy se verá perjudicado también.

Ya en diciembre, el periódico Philadelphia Inquirer comentó en un tono sarcástico: “Se nota una simetría atemorizante en los procesos del montaje de la administración de Bill Clinton y desmontaje de la administración de Boris Yeltsin…”. Sin embargo, Clinton apostaba a Rusia, esperando convertir su transformación democrática en una de las “perlas” de su presidencia. Pero fracasó. Quedó desilusionado por su amistad con Yeltsin, y al final de su presidencia tuvo que cooperar con Vladimir Putin, quien para Clinton, representó el símbolo de que Rusia había proseguido en dirección incorrecta.

Más tarde, las relaciones personales entre el nuevo presidente de EEUU, George W. Bush, y Vladimir Putin fueron muy positivas, basándose primero en el deseo de abrir un nuevo capítulo en la historia ruso-estadounidense. Pero a nivel intergubernamental, todo se vio estancado en una vía muerta. Obama volvió a entablar diálogos, pero la limitada agenda del reinicio se cumplió bastante rápido, sin que se notara progreso considerable.

En los 20 años, las relaciones entre los dos Estados completaron un ciclo. En el curso de la campaña electoral de 2012 el comentario sobre Rusia más resonante fue la frase de Mitt Romney de que Rusia es el enemigo geopolítico de EEUU número uno. Y aunque hasta sus partidarios lo tomaron con ironía, no hubo ningún otro comentario esencial sobre Rusia. Paralelamente, Moscú decidió acabar de una vez para todas con la herencia de los noventa.

El 1 de octubre terminó su trabajo en Moscú la Agencia Estadounidense para el desarrollo Internacional (USAID), el acuerdo con la cual había sido firmado precisamente en 1992. Asimismo, la parte rusa cierra el denominado programa Nann-Lugar, en el marco del cual Washington financió la eliminación de armas nucleares, químicas y biológicas rusas. Los dos pasos se deben a la misma lógica: la época en la que Rusia se veía obligada a pactar con acuerdos a título de socio inferior y a aceptar la participación exterior en sus procesos internos ha terminado. Esto quiere decir que podemos con nuestros problemas por nuestras propias fuerzas, y los demás tendrán que tomar a Rusia como a un socio igual, porque lo es en realidad.

No obstante, EEUU no tiene tradición de cooperación entre socios de iguales derechos. A excepción del ejemplo específico de la guerra fría, cuando la paridad nuclear significaba no cooperación sino prevención de enfrentamiento, asegurando la igualdad.

En lo demás EEUU construye relaciones según el modelo ‘dirigente-dirigido’. Además, su socio debe atenerse a su idea de su estructura sociopolítica o, al menos, reconocerla como correcta y esforzarse por su implementación. La Rusia actual no se propone corresponder a ninguna de las dos condiciones. 

Los contactos ruso-estadounidenses están abocados a una reconstrucción fundamental. Rusia no es tan agresiva como para convertirse en un objeto de contención, como la ve Romney. Rusia no volverá a esperar ayuda de EEUU, no va a intentar satisfacer los criterios democráticos establecidos por Washington. Sigue siendo una potencia mundial de peso a la que no se puede ignorar (aunque lo intentó, en esencia, George W. Bush).

Pero la posición de Rusia en el escenario internacional por ahora es amorfa y, ante todo, dirigida a mantener libertad de actuación, lo que no permite crear con el país relaciones sistémicas. Moscú no es lo bastante fuerte como para aspirar a igualdad de derechos en pleno valor. Son parámetros objetivos, independientemente de quién ocupe la Casa Blanca y el Kremlin.

Los dos países deben entender que sus relaciones nunca serán lineales: no pueden ser ni enemigos intransigentes, ni aliados en pleno valor, ni correligionarios, ni antípodas ideológicos. Y cualquier intento de alcanzar una claridad mutua en cualquier esfera echa a rodar los intentos de formar una base sólida de relaciones.

Al mismo tiempo, la disposición a tratar problemas existentes con flexibilidad permite obtener resultados concretos.  Rusia, ante todo, debería percibir ya con mayor facilidad las humillaciones del pasado reciente, mientras que EEUU debe entender que el predominio de valores estadounidenses no puede servir en el siglo XXI de premisa para la cooperación.

De momento, no existe agenda perspectiva que parta de los posibles cambios fundamentales en el escenario internacional en el futuro. Para que obtenga un contenido nuevo debe incluir otras cuestiones: situación en Asia, perspectivas de ejecución comercial del Ártico, reforma del sistema de  no proliferación nuclear, etc.

Todos estos asuntos requieren una discusión profunda, pero por ahora nadie está dispuesto a llevarla. Como dijo hace 20 años Yeltsin, hace falta una “firme negativa a los viejos dogmas y estereotipos”. Si persisten, las relaciones continuarán en un círculo cerrado de enfriamientos y reinicios, sea quien sea el nuevo presidente de EEUU.

*Fiodor Lukiánov, es director de la revista Rusia en la política global, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI


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