Por qué Irak cancela contratos de suministro de armas rusas

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En torno a los suministros de armas rusas a Irak se está desarrollando una auténtica trama detectivesca.

En torno a los suministros de armas rusas a Irak se está desarrollando una auténtica trama detectivesca. Un portavoz del primer ministro iraquí declaró el sábado pasado 10 de noviembre que el jefe del Gobierno había decidido cancelar el paquete de contratos por valor de 4.200 millones de dólares para la compra de armas rusas.

Según informó el funcionario,  el primer ministro decidió revisar el paquete entero porque tenía ciertas sospechas de corrupción cuando regresó de su viaje a Rusia. “Hay una investigación en marcha sobre el asunto”, dijo el portavoz.

Sin embargo, el ministro interino de Defensa de Irak, Sadoun al Dulaimi, desmintió, por la tarde del mismo día esta información. "El acuerdo sigue adelante", aseguró el titular en una rueda de prensa celebrada en Bagdad, según ha informado la cadena panárabe Al Yazira. Seguramente en los próximos días la situación se aclarará pero ya se pueden analizar las causas que dieron lugar a esta confusión.

Los medios informaron que durante la visita de Nuri Maliki a Moscú en octubre pasado las partes habían acordado el suministro a Irak de 30 helicópteros de asalto Mi-28 y de 42 sistemas antiaéreos de cañón-misil Pantsir. De realizarse este acuerdo, el primero desde la caída del régimen de Saddam Hussein, Rusia se convertiría en el principal suministrador de armas  a Irak, sólo por detrás de Estados Unidos. El régimen anterior gastó más de 30.000 millones de dólares en comprar armamento a la URSS.

Los resultados de las negociaciones ruso-iraquíes produjeron una gran resonancia. En un contexto de enfriamiento de las relaciones entre Moscú y la mayoría de los países árabes a causa del conflicto en Siria, la cooperación con Irak representa una oportunidad para Rusia de demostrar que es capaz de mantener su presencia en la región. Además, confirmaría una vez más el fracaso de la política estadounidense en este país de Oriente Próximo.

Tras perder millones de dólares y varios miles de soldados (aunque las víctimas entre la población de Irak ascienden a centenares de miles), los Estados Unidos se enfrentaron a un gobierno que estableció un estrecho contacto con el enemigo número uno de Washington, Teherán, y pretende mantener una postura independiente en todos los asuntos internacionales.

En la Casa Blanca fingen desconocer los contactos entre Bagdad y Teherán, aunque el Congreso de EEUU plantea preguntas sobre los resultados de la guerra en Irak, que costó tan cara, también en el sentido figurado, para la reputación de Washington. 

Las noticias desde Moscú hace un mes dieron lugar a muchas preguntas por parte de los periodistas estadounidenses a la portavoz del Departamento de Estado de EEUU, Victoria Nuland: ¿Qué conseguimos luchando en Irak si ahora compra armas al competidor? La funcionaria mencionó que EEUU tenía contratos con Bagdad por valor tres veces mayor y no pudo decir más porque criticar a un estado soberano y prohibirle firmar contratos con otro estado soberano significa provocar un gran escándalo.

Sin embargo, a juzgar por las últimas informaciones desde Bagdad, en realidad Estados Unidos está muy preocupado por los tratos que mantiene el gobierno iraquí. Está claro que el voluntarioso Nuri Maliki fue sometido a una fuerte presión por parte del “principal amigo de Irak”.

Los siete años de ocupación estadounidense pusieron de manifiesto que EEUU no conseguiría mantener a Bagdad bajo su protectorado, aunque hay que reconocer que los estrategas del Pentágono pudieron frenar la violencia en Irak a mediados de la década de 2000 y pusieron los cimientos para una nueva concepción de la política en el país. Las elecciones en Irak, a pesar de todas las complicaciones,  fueron unas elecciones democráticas porque sus resultados reflejaron el equilibrio de fuerzas y preferencias dentro del país. Y resultó que si a los habitantes de Oriente Próximo se les ofrece la posibilidad de votar libremente, lo hacen a su manera sin contar con las preferencias de Washington.

La mayoría chií de Irak, reprimida por el régimen de Saddam, ahora busca apoyo entre sus correligionarios en Irán. Sería incorrecto calificar al gobierno actual iraquí de “marioneta”, pero está claro que Maliki y sus partidarios tienen muy en cuenta la opinión de esta comunidad.  El conflicto en Siria cristalizó definitivamente la particular situación de Irak entre los países árabes. No es casual que Vladimir Putin dijese tras la reunión con Nuri Maliki que Rusia e Irak mantienen posturas idénticas o afines con respecto a numerosas cuestiones de la crisis siria.

La necesidad de Bagdad de establecer unas relaciones más estrechas con Moscú se debe precisamente a esta situación intermedia entre distintos bloques regionales. EEUU espera que Bagdad muestre lealtad y mira con creciente descontento la realidad iraquí.

Los países líderes del mundo árabe empiezan a ver en el gobierno de Maliki una versión renovada de la “quinta columna” iraní. Al mismo tiempo el acercamiento excesivo a Irán es peligroso para Bagdad. En primer lugar, porque supone la pérdida parcial de independencia a favor del socio. Y en segundo, porque los chiítas iraquíes no representan mayoría absoluta de la población y el gobierno tiene que tener en cuenta los intereses del resto para mantener el equilibrio.

Dadas las circunstancias, la cooperación con Rusia es una salida perfecta. Moscú no tiene claras ambiciones políticas con respecto a Irak sino está interesada en ampliar los mercados a cambio de su apoyo político.

La 'primavera árabe' demostró que Rusia no es un jugador clave en Oriente Próximo pero al mismo tiempo evidenció que sin el apoyo del Kremlin tampoco se puede dar un paso decisivo. De ahí que Rusia, en una situación en la que se busca a alguien que sea capaz de equilibrar el juego sin cambiar las reglas, es un socio ideal.

Pero Estados Unidos no puede permitirse volver a perder Irak, que está recuperando su liderazgo en el sector petrolero a nivel mundial. Es inadmisible desde el punto de vista político e inútil desde el punto de vista económico teniendo en cuenta que el futuro de las demás potencias petroleras de la región es mucho más confuso que hace un par de años.

Washington está utilizando todos los recursos para convencer a Bagdad que sólo Estados Unidos puede ser su socio principal.

Un factor aparte que tiene que ver con las perspectivas ruso-iraquíes es el problema kurdo. El Kurdistán iraquí formalmente acata las órdenes de Bagdad pero de hecho allí manda el Gobierno Regional de Kurdistán (GRK). La administración central reacciona con mucho nerviosismo ante cualquier acuerdo que pueda haber entre el GRK y las empresas extranjeras, sea la rusa Gazprom o la estadounidense ExxonMobil. Precisamente uno de estos días Bagdad exigió que la división petrolera del grupo ruso Gazprom cancele sus contratos con el Gobierno Regional de Kurdistán o abandone la explotación del campo petrolero de Badra.

Mientras, en Moscú esperan al líder de Kurdistán iraquí, Masud Bazrani. Se podría suponer que la decisión de Nuri Maliki con respecto al acuerdo de armas tiene por objetivo demostrar el descontento de Bagdad por los contactos rusos con los kurdos. En cualquier caso es improbable que este motivo sea el decisivo: es un paso demasiado brusco con consecuencias imprevisibles.

Moscú lo tomaría como una ofensa y, a modo de respuesta, intensificaría su relación con Erbil (centro de Kurdistán iraquí). Los kurdos ocupan un lugar cada vez más importante en el mundo árabe.

Por lo visto  Irak vuelve a convertirse en el cúmulo de contradicciones que parecía haber solucionado la invasión estadounidense en 2003. Y Rusia vuelve a participar  como un jugador clave.

* Fiodor Lukiánov es director de la revista “Rusia en la política global”

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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