Yuri Andrópov fue un reformador soviético que no tuvo tiempo

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Hace treinta años, el 12 de noviembre de 1982, después de la muerte de Leonid Brézhnev, que había presidido el país durante 18 años, la Unión Soviética entró en una época de cambios.

Yuri Andrópov fue el secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, el máximo cargo del Estado, desde el 12 de noviembre de 1982 hasta su muerte, quince meses más tarde. Su gobierno hasta ahora provoca opiniones opuestas y reacciones encontradas.

Hace treinta años, el 12 de noviembre de 1982, después de la muerte de Leonid Brézhnev, que había presidido el país durante 18 años, la Unión Soviética entró en una época de cambios.

La etapa inicial de la misma resultaba algo extraña ya que Brézhnev, anciano y enfermo, en lugar de ser sustituido por un líder joven y enérgico, fue sucedido por Andrópov, también anciano y muy enfermo, que en los 15 meses en el poder (de los cuales los cinco últimos los pasó ingresado en un hospital) no tuvo tiempo de cambiar nada.

Una puerta cerrada

Lo más curioso de Andrópov es su personalidad. Es difícil imaginar a una persona más reservada, incluso en los tiempos de Brézhnev cuando mantener la boca bien cerrada tanto en el Kremlin como en la calle era una regla tácita.

La principal característica de este líder soviético destacada por todos sus biógrafos es su austeridad. No tenía bienes propios, odiaba la adulación, los honores y las condecoraciones. Esto resultaba muy importante en 1982, cuando la cúpula del poder estaba corrupta hasta la médula y todo el mundo lo sabía.

¿Qué es lo que ocultaba Andrópov tras la puerta cerrada? Por aquella época el único secreto de muchos líderes era la ausencia del mismo: dentro llevaban sólo un vacío, como el sucesor de Yuri Andrópov, Konstantín Chernenko.

Andrópov, en cambio, tenía sus debilidades predilectas. Escribía versos que nunca enseñó a nadie y leía libros a centenares. Los médicos que le trataron recuerdan que leía siempre, incluso cuando le falló uno de los ojos. Aseguraba a los médicos que era capaz de repetir palabra por palabra la página entera de los que acababa de leer.

De cerca, asombraba el aspecto físico del político: tenía una cabeza grande pero aplastada por los lados, lo que hacía que la cara resultara muy alargada. Parecía un extraterrestre que decía cosas muy importantes y sabias aunque luego su interlocutor descubría que el Andrópov no había dicho nada, sólo había formulado unas buenas preguntas.

Durante toda su vida padeció enfermedad renal. Para el año 1982 su organismo estaba fallando cada vez más. Pero él, con un riñón artificial implantado y con ayuda de varios aparatos, seguía trabajando, tumbado cuando ya no era capaz de sentarse.

Budapest y Praga

La carrera política de Andrópov empezó en 1956 durante la Revolución Húngara. En aquel entonces ocupaba un modesto puesto de embajador de la URSS en Budapest. Cuando en Hungría estalló el movimiento revolucionario los que ocupaban cargos de un nivel mucho más alto se rompían la cabeza para solucionar el problema. Sin embargo, fue el embajador Andrópov el que protagonizó aquel episodio histórico y pronto se convirtió en una figura mítica.

Cabe recordar que los acontecimientos de 1956 en Budapest no se parecían a la “revolución de terciopelo” de 1968 en Praga. En Hungría desde el principio los enfrentamientos fueron muy violentos, con decenas de víctimas. Así que el embajador tuvo que asumir un riesgo importante.

Actuó con frialdad y rapidez. Fue el primero en sugerir la necesidad de enviar las tropas soviéticas a la capital húngara. Mostró firmeza y crueldad en las complicadas negociaciones con los líderes del país y de los insurgentes. Apoyó la candidatura muy acertada de un nuevo líder nacional,  János Kádár. Budapest fue un excelente trampolín para su vertiginosa carrera: ya en 1957, es nombrado director del Comité de Seguridad Estatal (KGB, por sus siglas en ruso).

Como tal, tuvo un papel clave durante los acontecimientos de la Primavera de Praga en Checoslovaquia en 1968. La situación era muy diferente a la húngara ya que todos los disidentes soviéticos, entre ellos muchos famosos escritores, poetas, artistas soviéticos, simpatizaban con las ideas de los reformadores checoslovacos.

El poeta Yevgueni Yevtushenko escribió un poema titulado ‘Tanques van por Praga’ y una carta a Leonid Brézhnev y al director de KGB, Yuri Andrópov. Este le citó en su despacho y le dijo: en los tiempos de Stalin le habrían fusilado, nosotros le vamos a enviar a Estados Unidos. Puede permanecer allí un mes o un año, puede decir lo que quiera. La única condición es que entregue esta carta al representante de la Administración de EEUU. Es una carta de agradecimiento al gobierno estadounidense por una reacción moderada ante la operación militar soviética en Checoslovaquia”. En el sobre figuraba el nombre de Robert Kennedy.

No existía entonces entre los dirigentes soviéticos otro político capaz de idear una maniobra tan fina. Tampoco los hubo después de él.

Gorbachov y la ley seca

La principal pregunta que se suele plantear con respecto a la gestión de Yuri Andrópov es si puso en marcha el proceso reformador en la URSS. Sí lo hizo. Aunque de manera encubierta, la única posible en el país.

Los reformadores, a diferencia de los revolucionarios, siempre llegan desde dentro del sistema. Lo conocen y por eso actúan sin prisa. Recordemos como actuó Deng Xiaoping en los primeros dos o tres años tras llegar al poder: liquidó la ‘Banda de los Cuatro’, el grupo de cuatro dirigentes del partido, entre ellos la esposa de Mao, Jiang Qing, que habían llevado a cabo la organización de la Revolución Cultural. Eliminó a otros rivales políticos y buscó lograr “la destrucción de la disidencia en todas sus formas” y procedió a reprimir el movimiento disidente mediante todos los recursos disponibles.

Pero en 1982 también sometió a represalias a los dirigentes corruptos. Los procesos contra ellos le valieron simpatías populares, al igual que la marca del vodka barato que apareció en los escaparates vacíos de las tiendas estatales. Más tarde, Mijail Gorbachov elegiría otro camino y firmaría una ley seca que le costó muy caro.

En otras palabras, Andrópov, como Deng Xiaoping, limpiaba el camino y conquistaba la popularidad preparándose para una etapa turbulenta de cambios. Estaba formando un equipo de reformadores: hizo volver de Canadá al futuro ideólogo de las reformas, Alexandr Yákovlev, posicionó a Mijail Gorbachov como futuro líder político y realizó una política exterior menos agresiva.

¿Qué más habría hecho? Sólo podemos conjeturar al respecto. Es muy probable que el gobierno de Yuri Andrópov, de ser más prolongado, se habría convertido en una época pacífica y fructífera.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

 

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