La única respuesta digna ante la ‘ley Magnitski’ es crear un sistema judicial independiente

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¡Temblad, enemigos transatlánticos de Rusia! Nuestra gloriosa Asamblea Federal responde ante vuestra hostil y provocadora ‘ley Magnitski’ aplicando un castigo severo pero justo.

¡Temblad, enemigos transatlánticos de Rusia! Nuestra gloriosa Asamblea Federal responde ante vuestra hostil y provocadora ‘ley Magnitski’ aplicando un castigo severo pero justo.

Ahora -¡qué horror!- no podréis viajar más a nuestro gran país. No pidáis clemencia, no os permitiremos tampoco abrir cuentas en nuestros bancos. Ya os enseñaremos, políticos estadounidenses, a respetar los derechos humanos y las normas internacionales.

Dudo mucho de que algún “sirviente del pueblo” estadounidense se asuste al escuchar semejantes amenazas contenidas en la respuesta rusa a la ‘ley Magnitski’. Que me perdonen los autores de este documento pero su contenido es capaz de provocar tan sólo sonrisas irónicas.

No obstante, y que me perdonen ahora los liberales rusos, la ‘anti-ley Magnitski’ debatida en la  Duma de Estado (cámara baja del parlamento ruso) es de la misma índole que la normativa de EEUU a la que responde.  No se trata, a mi juicio, del enfrentamiento de dos verdades; sino de dos mentiras.

En la historia de la muerte del abogado ruso Serguei Magnitski existe un personaje trágico indiscutible. Naturalmente es el propio Magnitski. También existe una figura cuyo talento para relaciones públicas y maniobras varias es digno de admiración, aunque uno está al otro lado de las barricadas. Es el exjefe de Magnitski, William Browder.

Este gran hombre supo vengarse “a lo grande” del Estado ruso por la muerte de su empleado. Un episodio trágico, que por lo demás no representa algo inaudito ni singular para nuestro país ni para muchos otros, se convirtió, gracias al afán de Browder, en uno de los fundamentales problemas de la política exterior de Rusia. Gente mediocre y privada de talento no sería capaz de hacerlo.

Esta historia no tiene otros personajes dignos de admiración. Perdonen mi cinismo pero estoy seguro de que si no se hubiese dado el caso de Magnitski el Congreso de EEUU habría encontrado otro pretexto.

La enmienda Jackson-Vanik, que frenaba el comercio entre Rusia y EEUU desde los tiempos de la Guerra Fría por ser la URSS un país que violaba el derecho a la emigración de sus ciudadanos fue eliminada por esta ‘ley Magnitski’. La enmienda había perdido cualquier sentido hace ya veinte años, cuando Moscú dejó de obstaculizar la salida de Rusia. Pero en el Congreso de Estados Unidos no querían ni oír sobre la derogación de esta sanción discriminatoria para el país eslavo.

¿Por qué? Los diplomáticos estadounidenses tampoco tenían una respuesta lógica y argumentada y simplemente se encogían de hombros. Todo el mundo era consciente de que el problema radica seguramente en que los humanos tendemos a agarrarnos a nuestros prejuicios y nos cuesta deshacernos de ellos.

La rusofobia, por diversos motivos, se convirtió en una característica del discurso político en Estados Unidos ya a finales del siglo XIX. La época soviética convirtió esta fobia en una auténtica manía. Los políticos que durante su infancia vivieron esta confrontación existencial con el “imperio del mal” no son capaces de olvidar esta manía así sin más.

Estoy seguro: al votar la ‘ley Magnitski’ cada congresista estadounidense estaba francamente convencido de que realizaba una acción noble contribuyendo de esta manera a la lucha por el triunfo de la justicia en todo el mundo.

Pero es un ejemplo de autosugestión colectiva, nada más. Tras el ingreso de Rusia en la Organización Mundial del Comercio (OMC) el Congreso de EEUU no tenía otro remedio que derogar la enmienda Jackson-Vanik. En el caso contrario se volvería contra su propio país.

Pero los legisladores de Washington estaban deseando eliminar la enmienda pero al mismo tiempo mantenerla, encontrar una nueva forma de expresar su animadversión hacia Rusia.

El caso de Magnitski les brindó tal posibilidad, un pretexto ideal. Pero sigue siendo un pretexto, no un motivo. Si no fuera así EEUU habría aplicado las sanciones del tipo de la ‘ley Magnitski’ contra decenas países del mundo.

Sin embargo, la élite política rusa tampoco tiene motivos para sentirse moralmente superior. La ‘ley Magnitski’ vio la luz porque los legisladores estadounidenses no creen en la independencia y legalidad del poder judicial en Rusia. ¿Y nosotros mismos creemos en ellas? ¿No? Entonces ¿por qué nos enfadamos con los extranjeros que tampoco creen?

Es comprensible que el gobierno ruso no pudiera dejar sin respuesta esta “bofetada” por parte de estados Unidos. Pero lo más importante en el caso de Magnitski no es buscar una respuesta adecuada. Hay un objetivo mucho más digno: crear un sistema judicial que goce de la confianza de los ciudadanos. Y es algo que necesitamos en primer lugar nosotros, no los senadores estadounidenses.

Y no hay nada malo porque las sanciones previstas por la “anti-ley Magnitski” rusa sean absolutamente irrisorias. Si analizamos la estadounidense nos daremos cuenta de que en realidad tampoco cambia el estado de las cosas. ¿Acaso antes de la aprobación de la ‘ley Magnitski’ el gobierno de Estados Unidos no se reservaba el derecho a denegar el visado de entrada en su país de cualquier ciudadano ruso?

La enmienda Jackson-Vanik estuvo vigente durante 38 años. Espero que las leyes, tanto estadounidense como la rusa, que la reemplazaron tengan una vida más breve.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

 

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