El ministro de Exteriores es la persona del año en la política rusa

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Existe la tradición de concluir el año componiendo una lista de figuras que puedan calificarse como personas del año.

Existe la tradición de concluir el año componiendo una lista de figuras que puedan calificarse como personas del año.

La política de Rusia fue rica este año en varios eventos, varias personas merecen figurar en la lista. Pero mi propia elección es el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguei Lavrov. 

A raíz de las elecciones presidenciales, cuando se formó el nuevo Gobierno, muchos pensaban que cambiaría también el representante de la política exterior rusa. Sin embargo, nadie pudo sustituir al ministro, que llevaba ya ocho años en el cargo, lo que es un récord para la Rusia de hoy. Lavrov es el primer jefe del ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia, después de Evgueni Primakov (1996-1998), quien logró poco a poco convertirse de un tecnócrata en una figura política de peso.

Las habilidades profesionales de Lavrov y su virtuoso manejo de herramientas diplomáticas son reconocidos incluso por sus oponentes en todo el mundo. Y gracias a la enorme experiencia, cuenta con todos los recursos necesarios para realizar la actividad. 

El año 2012 fue el periodo de rendimiento profesional de Lavrov, en primer lugar debido a los acontecimientos en Siria. En enero pasado el ministro trazó por primera vez y de manera muy precisa la esencia de la postura de Moscú que consistía en no admitir la intervención externa ni legitimación, si acontece. En diciembre, según la prensa árabe, Rusia y EEUU elaboraron un plan conjunto para el periodo de transición. Entre estos dos eventos se estuvo jugando la clásica partida diplomática al estilo del siglo XIX.

Moscú se mostró más obstinado que nunca en alcanzar el objetivo descrito arriba. El Kremlin y el ministerio de Asuntos Exteriores estuvieron luchando no por algunos intereses concretos (aunque esto se les atribuía), sino por un principio, por la idea de cómo deben y cómo no deben construirse las relaciones internacionales.

En el curso del año a Rusia la tildaron varias veces como a un perdedor desesperado y en bancarrota moral a raíz de la cuestión siria, sin embargo una y otra vez todos los participantes de la colisión volvían a dirigirse a Rusia en búsqueda de alguna salida. Es cierto que esto se debía no solo a la pericia de los diplomáticos sino también a que, objetivamente, la cuestión siria se encontraba en un callejón sin salida.

Pero esto no cambia la esencia: Rusia queda un actor líder, aunque entiende que tarde o temprano tendrá que retirarse del juego, ya que es imposible ganar en la Siria  desgarrada por la guerra civil, condenada a desastres en cualquiera de los casos.

Mientras que la cuestión siria mostró que la diplomacia clásica persiste, el final del año marcado por la escalada de tensión abierta entre los parlamentos de Rusia y EEUU mostró los límites de sus capacidades.

El Congreso de EEUU adoptó la 'ley Magnitski' guiándose por el deseo de morder de la manera más dolorosa a Barack Obama y a sus ideas del reinicio (un motivo puramente interno), así como por la aspiración de recordar  su misión de guardianes de los derechos humanos y consolidar su legislación fuera de su propio territorio (práctica típica para EEUU que aspira a mantener su supremacía mundial en la esfera del derecho entre otras).

La 'ley Magnitski' es un documento de interpretación tan extensiva que permite incluir en la lista de sanción a cualquier representante de Rusia sospechoso de violación de derechos humanos. Este instrumento de naturaleza tan arbitraria (todo depende de la elección y decisión de las autoridades estadounidenses), que desdeña las prerrogativas  de soberanía ajenas, es un fenómeno que no conoce precedentes en la práctica de relaciones entre las grandes potencias. Fue la gota que colmó el vaso de paciencia del Kremlin.

La respuesta que eligieron los diputados rusos parece rara: no perjudica a nadie en EEUU a excepción de unas cuantas desgraciadas familias estadounidenses que solicitaron adopción de niños en Rusia. El ataque propagandista contra el único país (aparte de Somalia) que no es miembro de la Convención sobre los Derechos del Niño produce efecto (ya reducido) sólo dentro de Rusia.

En el escenario internacional el que los huérfanos sean empleados como arma de venganza no produce sino asombro. Hasta los que se oponían en EEUU a la ley Magnitski ahora se sienten desorientados por la reacción rusa.

Este conflicto ruso-estadounidense ilustra el caos conceptual que reina en las relaciones internacionales. Por un lado, EEUU da muestras de incapacidad de alcanzar consenso por dentro, polarización de la sociedad y erosión de su predominio fuera, lo que intenta compensar con el endurecimiento de sus enfoques en el escenario mundial, imponiendo fuera lo que falla dentro.

Por otro lado, las autoridades rusas intentan, con los recursos que están a su alcance (en este caso, con el ataque contra la adopción estadounidense), resolver sus tareas internas (consolidación de la sociedad y afianzamiento del patriotismo), externas (la resistencia decisiva a la extraterritorialidad) y universal (consolidación de valores). 

Lo paradójico es que las propias relaciones ruso-estadounidenses ahora funcionan bien y no presentan disensiones fundamentales que amenacen con un conflicto profundo. Tanto Siria como Irán y la defensa antimisiles encajan en una norma de roces entre grandes países no aliados. Sin embargo, la mezcla de emociones, complejos y amor propio menoscabado lo pone todo demasiado complicado, creando terreno para un agudo rechazo mutuo.  Y la diplomacia, por muy ingeniosa que sea, resulta impotente.

Serguéi Lavrov se pronunció varias veces contra incluir el tema de adopción en la ley rusa adoptada en respuesta a la ley Magnitski. No me acuerdo de otro caso en el que el ministerio de Asuntos Exteriores, un departamento conservador e incondicionalmente obediente a la línea oficial, haya expresado públicamente su disconformidad con la posición de las autoridades del país.

Pero está claro que al ministro, como a un profesional, le duele que se eche a la basura el resultado del enorme trabajo realizado para concluir con EEUU el acuerdo sobre la adopción (encargado, a propósito, por los órganos del poder ejecutivo y legislativo rusos). Entró en vigor el 1 de noviembre, y es injusto intentar sacar conclusiones de cómo funcionan ahora las normas de control y supervisión establecidas. El enfoque profesional en este caso resulta más válido, desde el punto de vista de la moralidad, que la resonante demagogia política.

Como un funcionario disciplinado, ahora Lavrov va a buscar maneras para tener acceso a niños adoptados hasta en la nueva situación, aunque está claro cómo reaccionará en EEUU a estos intentos tras la denuncia del acuerdo. La habilidad profesional es un activo de gran importancia. Pero a veces la diplomacia resulta impotente ante el interés político y su extraña interpretación.

 *Fiodor Lukiánov, es director de la revista Rusia en la política global, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

 

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