La buena relación con Rusia sigue siendo crucial para Francia

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Vladimir Putin y François Hollande ya se conocían antes de que el presidente francés viajara a Moscú la semana pasada.

Vladimir Putin y François Hollande ya se conocían antes de que el presidente francés viajara a Moscú la semana pasada.

La primera gira por el extranjero del líder ruso -recién investido la primavera pasada- preveía una escala en París, aunque de pocas horas. Los testigos dicen que aquel encuentro no destacó por ser especialmente cálido. Una nueva escalada de violencia en Siria había puesto de relieve las diferencias entre Rusia y Francia, dos países que mantienen posiciones muy explícitas y prácticamente opuestas ante el conflicto sirio.

Sin embargo, en aquel momento Putin vio necesario dar a entender que la relación con París tenía para el Kremlin especial importancia y que, junto con Berlín, era el principal socio de Rusia en Europa.

Dos guerras bien distintas

Aunque desde un principio estaba previsto que la visita de Hollande fuese muy corta, de apenas unas horas, se vio en seguida que le faltaba tiempo. Lo que no pudo faltar es, claro está, un tema como Siria, del que esta vez se habló en un tono algo más distendido. Ambos líderes coincidieron en que era muy complejo y que "uno no se aclaraba con este asunto sin unas copas". Putin optó por el vodka y Hollande, por un vino de Oporto. Las posiciones de las partes no habían cambiado respecto al anterior encuentro, pero el contexto sí era algo distinto.

Las expectativas de un inminente giro de la situación y una caída del régimen de Asad que predominaban en Occidente el año pasado, han dejado paso a una sensación de punto muerto: ninguno de los bandos es capaz de imponerse y Damasco tampoco se tambalea. La presión externa sobre Siria no cesa, aunque los amos extranjeros de la oposición admiten ahora otras opciones, además del incondicional fin del régimen. El esfuerzo de Rusia, un país que ha defendido firmemente la vía política y no ha cedido ni un ápice en esta postura, vuelve a ser tenido en cuenta y eso que hasta hace poco se decía que el planteamiento de Moscú era absolutamente inviable.

Aunque para la relación ruso-gala el asunto sirio, al igual que el conjunto de los efectos de la "primavera árabe", no es el principal, Vladimir Putin no pudo dejar de destacar la doble moral de sus interlocutores franceses, con una actitud frente a Siria y otra bien distinta, frente a Malí.

La economía por encima de todo

Para François Hollande era importante reafirmar la exclusividad de los lazos entre ambos países, con el fin de convertir la relación política en una cooperación económica más amplia. Europa entera está obsesionada ahora con los mercados de materias primas, porque significan puestos de trabajo y crecimiento económico, cosas que preocupan al electorado.

Todos los presidentes de la Quinta República, desde Charles de Gaulle hasta el antecesor más próximo de Hollande, Nicolas Sarkozy, han mantenido la misma filosofía respecto a la relación con Moscú, importante por dos razones.

En primer lugar, porque es clave para la estabilidad en Europa: sin un contacto normalizado con Rusia habría agitación en Europa Occidental.

En segundo lugar, porque el prestigio y el poder (un factor sumamente importante y tangible para París) se mantiene sobre tres pilares de la política francesa: una Europa unida (en la que el país galo se considera un líder por definición), las relaciones transatlánticas (con la condición de la mayor igualdad posible con Washington) y un buen entendimiento con Moscú. La correlación entre estos tres componentes ha sido distinta durante el mandato de diferentes presidentes, al igual que las actuaciones en estas direcciones, pero el conjunto de la estructura no ha variado.

Hollande no pretende renunciar a esta tradición, lo que ocurre es que ahora el factor determinante es precisamente el económico. Al igual que el resto de Europa, Francia está lidiando con la crisis. El bienestar económico no solo es una garantía de estabilidad interna, sino un argumento en el pulso europeo sobre las vías para salir de la recesión que enfrenta al socialista Hollande con la conservadora Merkel.

Lo curioso es que Rusia está presente, de forma indirecta, en este debate. No como participante, sino como una circunstancia importante. París intenta igualar a Berlín, que destaca tradicionalmente como principal socio europeo de Rusia en los negocios. Es algo a lo que se dedicó intensamente  Sarkozy, y todo parece indicar que Hollande se esforzará por mantener y multiplicar esta parte de la herencia de su antagónico antecesor en el cargo.

Rusia necesita avanzar mucho en tecnología y economía, y Europa siempre ha sido una fuente de estos avances. A pesar de la incesante palabrería acerca de la reorientación hacia Asia, en Rusia no se está considerando ninguna alternativa real a Europa (ver la recién publicada Doctrina de Política Exterior de Rusia en la que Asia-Pacífico aparece sólo a partir del párrafo 75).

Es por ello que todos los desencuentros ideológicos y políticos entre Rusia y los países de la Unión Europea, que últimamente se van acentuando de forma clara, no impiden una creciente interacción en lo práctico. Es evidente que de existir una mayor cercanía ideológica, muchos de los problemas se podrían evitar. No obstante, el hecho de que los negocios sigan adelante incluso pese a un distanciamiento ideológico, demuestra la presencia de una atracción mutua.

Frenos para los Mistral

Los proyectos ruso-franceses más emblemáticos puestos en marcha por los presidentes anteriores (el contrato de los portahelicópteros Mistral y la participación de Francia en el desarrollo del 'cluster' turístico del Cáucaso del Norte) se vieron en entredicho por motivos de carácter interno ruso. La nueva cúpula del Ministerio de Defensa no comparte la pasión de sus antecesores por comprar material extranjero y la industria militar nacional exige que los puestos de trabajo se creen en Rusia y no en Francia.

Los percances de Sochi, que se han traducido recientemente en una serie de sonadas destituciones, son considerados por muchos como un indicio de posible redistribución de los intereses empresariales. Sin embargo, la participación francesa podría precisamente tener un papel estabilizador ante los conflictos. Independientemente de la opinión que se tenga, por ejemplo, sobre la situación en torno a los Mistral, se trata de un proyecto internacional demasiado importante como para rechazarlo a la ligera.

Del asunto de los Mistral y sus consecuencias se puede sacar una lección práctica. Y es que cuando dos países con una gran tradición de industria militar intentan simplemente vender algo el uno al otro, lo más seguro es que se topen con un importante rechazo. Una colaboración de este tipo tiene futuro solo en aquellos casos en los que no se trate de un contrato puntual, sino de operaciones sistemáticas en los sectores de defensa de los dos países, que resulten en beneficio de ambas partes y les aporten mucho más que unas ganancias económicas a corto plazo.

Por muy extraño que parezca, tal vez Moscú y París deban intentar hacer suya la experiencia ruso-india de desarrollar armamento (un caza de quinta generación) de forma conjunta. Si bien es cierto que Francia es miembro de la OTAN, condición que impone ciertas limitaciones, en las últimas dos décadas hemos comenzado a hacernos a la idea de que en el mundo moderno no hay que descartar nada porque casi todo es posible.

En cualquier caso, la historia de las relaciones entre Rusia y Francia favorece que, pese a la coyuntura actual, podamos hacer planes en común y a largo plazo.

*Fiodor Lukiánov es presidente del Consejo para la Política de Defensa y Seguridad

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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