Prensa de EEUU especula con la imagen del terrorista de Boston

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El policía Sean Collier y su hipotético asesino, Dzhokhar Tsarnaev, eran casi de la misma edad, sólo que uno de ellos quería defender a la gente, mientas que otro quería matarla.

“Querido John: soy Jennifer, tu compañera de estudios. ¿Recuerdas que pasaba por la calle y te veía montando guardia? Me sentía muy tranquila, porque te encargabas de mi seguridad. Sé que ya no puedes oírme. Pero de todas formas quiero decirte que eres encantador, que te quiero mucho y que nunca te olvidaré”.

“Sean, estoy orgulloso de haberte conocido. Los chistes que contabas me hacían reír, admiraba tus conocimientos y quería estar tan centrado como tú. Te echo de menos, tu compañero de habitación”.

El frío viento está pasando las páginas de un cuaderno con cartas dirigidas a Sean Collier, de 26 años de edad, el policía asesinado en el campus de la Universidad Tecnológica de Massachusetts. La gente colocó sobre el césped dos banderas nacionales con algunas velas y los estudiantes empezaron a acudir con flores, en silencio.

Casi de la misma edad

El policía Sean Collier y su hipotético asesino, Dzhokhar Tsarnaev, eran casi de la misma edad, sólo que uno de ellos quería defender a la gente, mientas que otro quería matarla. Posiblemente aquella noche Sean no tuvo tiempo para hacer nada heroico: recibió cinco disparos en la cabeza desde un Mercedes que se le había acercado. Muchas son las cosas que no le ha dado tiempo de hacer: conocer al amor de su vida, besar a la novia en la boda, tomar en brazos a su primogénito. Y en eso se parece a Dzhokhar Tsarnaev, pero sólo en eso.

La gente que pasaba se paraba para guardar un minuto de silencio, dejaba las flores, escribía notas dirigidas a Sean y se iba. Un único periodista, Robert Berk, se quedó en el sitio. “Estaba desde por la mañana con mi cámara en el lugar de la tragedia. Se me acercó un hombre y me dijo 'quiero que le cuentes a la gente cómo era mi hijo Sean Collier'. Me quedé atónito. '¿Por qué yo, señor?', le repliqué. 'Porque no eres como los demás', me contestó”.

El cruce de las calles Boyston y Berkeley donde los cordones policiales separan el lugar de la tragedia del espacio del dolor es el lugar predilecto de los periodistas. Un físico impresionante, un peinado impecable, un traje elegante y al fondo las imágenes conocidas ya en todo el mundo, las estrellas de los telediarios son fáciles de identificar. Rivalizando en giros retóricos se exhiben a las cámaras y cuentan los últimos datos que se van conociendo.

No dejan de oírse las palabras: “Bueno, inteligente, simpático”, pero no hablan de Sean, sino de Dzhokhar Tsarnaev. ¡Los periodistas parecen haberse vuelto locos, están admirando a un terrorista! “Se refieren a un asesino que colocó los artefactos explosivos y disparó contra nuestros hijos”, dice mientras se encoge de hombros Berk. Es el segundo día que pasa en el lugar de la muerte de Sean, reuniendo las historias relacionadas con la vida y la muerte del sargento Collier. Pero las cadenas aceptan de mala gana los reportajes sobre él, porque el interés del público está en otra parte.

Hollywood sería feliz con una historia así

El insolente asesinato del sargento Collier fue el inicio de una persecución sin precedentes, convertida en un espectáculo en directo que duró casi dos días enteros. Los acontecimientos, con vertiginosas carreras, detalles imprevistos, un desarrollo inesperado y la captura final del “sospechoso número dos” parecía obra de algún afamado director de cine de Hollywood. Es como si lo ocurrido en la maratón hubiera hipnotizado a los espectadores, obligándoles a seguir pegados a la pantalla. Tras el desenlace la gente reunida en las calles aplaudía a los vehículos blindados de la Policía según iban pasando.

¿Cómo pudo ocurrir que en un momento determinado el fugitivo perseguido durante 24 horas por las fuerzas de operaciones especiales armadas hasta los dientes se hiciera con las simpatías del público? ¿En qué momento dejó de ser un asesino para convertirse en una víctima? ¿Por qué la gente tardó tan poco en olvidar la primera parte de aquella película, las explosiones de Boston, a los mutilados y a los muertos: a Martin Richards de tan sólo 8 años que pidió paz antes de morir, a Krystle Campbell de risa fácil, a la frágil china Lu Lingzi?

Los habitantes de Boston parecen haberse encariñado con su verdugo. En las grabaciones del FBI se ve como los hermanos Tsarnaev, tranquilos y seguros, llevan su carga mortal hacia la línea de meta. En algunas fotos se ve a Dzhokhar Tsarnaev a escasos metros de Martin Richards. En aquel momento las bombas todavía no han explotado, pero nada puede ser cambiado ya.

De asesino a víctima

“Qué pena el chico ruso, tan majo. No ha visto nada en la vida”, suspira en el ascensor una señora de aspecto respetable. “Qué cara más bonita, ¿qué le espera ahora?”, dice con empatía una cartera parlanchina.

“Conozco a Sean Collier, solíamos comer a la misma hora en Chopotle”, cuenta el taxista Ali, señalando un restaurante mexicano situado a dos manzanas del sitio, donde los hermanos asesinaron al sargento Collier. A mí, a decir verdad, los polis no me gustan, porque a uno que lleva una pistola le da por sentirse impune. Pero éste me caía bien, era modesto, tranquilo, incluso diría que tímido. No muy alto, algo regordete”, sigue contando Ali. Enciende la radio y empieza a oírse el relato de un hombre quién en su momento contrató a Dzhokhar Tsarnaev como socorrista. Describe a un empleado ideal, un joven muy educado y servicial.

“Qué pena este chico, Dzhokhar”, Ali ya se ha olvidado del policía asesinado. Se emociona y se pone a hablar del terrorista que está ingresado en el hospital y sobre sus padres, que lo están pasando tan mal. ¡Qué rato tan desagradable! Un hijo tan joven, guapo, inteligente, tan inocente… Bueno, inocente hasta que el juzgado dicte la sentencia”, se corrige por si acaso.

“Qué destino le espera a Dzhokhar Tsarnaev, del que la exaltada Boston se enamoró al verle en la foto? ¿El perdón o un juicio? ¿Una cadena perpetua o, a lo mejor…?”

Si un único miembro del jurado sentencia que es inocente, el proceso se vendrá abajo y el acusado será puesto en libertad. Y, al parecer, muchos habitantes de Boston que simpatizan con Tsarnaev suspirarán con alivio, porque aquí está el esperado 'happy end' de la película.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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