La versión eurasiática de la Unión Europea

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En Astaná (Kazajstán) tuvo lugar una cumbre de los estados miembros de la Unión Aduanera. Se trata de un proyecto de integración que se encuentra en constante desarrollo.

En Astaná (Kazajstán) tuvo lugar una cumbre de los estados miembros de la Unión Aduanera. Se trata de un proyecto de integración que se encuentra en constante desarrollo.

Por eso cada cumbre despierta gran interés, ya que los presidentes siempre pueden acordar algo absolutamente nuevo, inesperado y revolucionario.

Sin embargo, hasta hoy día el proceso va muy lento. Pero esto no es de extrañar, ya que la integración euroasiática en el marco de la Unión Aduanera que se convertirá dentro de dos años en la Unión Económica Euroasiática, es un proyecto inmenso. Su objetivo consiste en cambiar considerablemente las reglas de juego de los países miembros y eso lo diferencia de todos los proyectos anteriores, que se reducían a lemas resonantes y juramentos de fraternidad eterna.

El desarrollo del proyecto va acompañado por una serie de ambigüedades y desequilibrios. La idea política de crear dicha unión adelanta el desarrollo económico del proyecto, es decir, la voluntad de los jefes de Estado es lo primario y las condiciones de su realización son secundarias. De ahí surge la necesidad de resolver los asuntos clave en el curso de la realización del proyecto. La estructura institucional supraestatal de la Comisión Económica Euroasiática (CEE) funciona de manera muy rápida, sin dar a las burocracias y sistemas políticos nacionales tiempo suficiente para asimilar la nueva realidad.

La CEE ya se siente el protagonista de la integración, y las capitales todavía no están listas para reconocerlo. No se trata de un problema único, los mismos problemas de integración los tuvieron en las etapas correspondientes los países europeos. Y hasta la discusión respecto a si se trata de un proyecto que realmente goza de apoyo popular, o es simplemente un invento de los líderes de la nación incapaz de sobrevivir a los futuros cambios inevitables de poder, es muy parecida a los debates europeos.

La integración europea nunca ha sido, en su esencia, democrática, se trata de un proyecto desde principio elitista. Porque si alguien hubiera preguntado, por ejemplo, a los franceses, pasados cinco años tras la guerra más horrible en la historia, si querían tener una cooperación profunda con los alemanes, la respuesta habría sido evidente. Y sin embargo, en el curso de la existencia de la Comunidad Europea (hasta hace poco) las élites han podido mantener convencidos a sus ciudadanos de que se trata de un proyecto ventajoso para ellos. Pero la democracia y los procesos de integración no son fáciles de combinar

En cuanto a los planes para el desarrollo futuro, es algo más complicado. La integración euroasiática parece resultar más improvisada que la de Europa. Además viene acompañada por una competencia sublimada con la mucho más desarrollada Unión Europea. Y a dicha competencia se deben, por ejemplo, las declaraciones sobre la necesidad de crear una Unión Monetaria, que suenan hasta al más alto nivel (este tema fue a menudo abarcado por Dmitri Medvédev cuando  era presidente). Se trata de introducción de una moneda común, lo que representa la última y no obligatoria fase de la integración económica. Además, la experiencia europea hace dudar de la oportunidad de crear de dicha unión.

Otro aspecto, que resulta de mayor importancia aún, es el de la relación proporcional entre la profundización y la expansión del proyecto de integración. Nuestros colegas europeos se enfrentaron a dicho aspecto pasados 15 años desde la creación de la Comunidad Económica Europea y más de 20 años desde la aparición de la idea. Para aquel entonces la estructura ya estaba acabada y resistió más de una crisis, avanzando poco a poco. En el espacio postsoviético debido a las peculiaridades del proceso del acercamiento y la unión de los fragmentos de la URSS el problema de la expansión resultó crucial prácticamente desde el momento de creación del núcleo.

No puede haber una respuesta unívoca respecto a la admisión de nuevos miembros en la unión, ya que los Estados fundadores todavía no tienen claro el modelo de interacción. Se trata de tres países: Kirguizistán, Tayikistán (miembros de la Unión Económica Euroasiática a base de la cual se construye la Unión Aduanera) y Ucrania. Y si en el caso de los dos primeros países se trata sobre todo de las facetas económicas (si es razonable admitir a la unión a unos países con economías inestables) y de parte legal (los dos países euroasiáticos ingresaron en la Organización Mundial de Comercio bajo unas condiciones muy duras), en el caso de Ucrania se trata de una cuestión básicamente política.

Las razones para luchar activamente por la adhesión de Ucrania son claras. Supone un mercado importante con una economía nacional con un potencial fuerte, es un país por el que se realiza el tránsito de hidrocarburos, que posee una industria básicamente anticuada pero interesante y que puede complementar ciertos procesos productivos. Además se trata de una plaza geopolítica importante, lo que no tiene que ver directamente con la Unión Euroasiática pero resulta de importancia para la conciencia rusa. Todo ello hace buscar los modos de involucrar a Ucrania en el proceso, presionándola, haciendo cesiones y promesas, etc.

Sin embargo, si rechazamos una visión tradicionalista según la cual Rusia y Ucrania tienen que seguir juntas a cualquier precio debido a sus lazos históricos y culturales, y lo vemos a través del prisma de integración moderna, la imagen cambia drásticamente. Según el científico y especialista en las relaciones internacionales Timofei Bordachov, la participación de Ucrania es imprescindible si Rusia quiere volver a crear una estructura de carácter imperial. Pero parece que los imperios están en retirada, y para una unión de integración moderna, según Bordachov, la intención de garantizar la integración de Ucrania a cualquier precio puede tener unas consecuencias catastróficas.

La posibilidad hipotética de membresía de Ucrania puede frenar o bloquear completamente el desarrollo del proyecto. En primer lugar, porque las autoridades de Ucrania que tienen que contar con una opinión pública escindida en dos, van a regatear todo lo que se pueda regatear para que no les acusen de traición de los intereses nacionales (eso lo veremos en todos los países, pero el caso de Ucrania es el más complicado). En segundo lugar, porque la estrategia política de Ucrania consiste en maniobrar entre los vecinos grandes con el fin de obtener el mayor provecho posible. No hay nada de extraño en ello, pero no vale  para la participación de pleno derecho en una alianza de carácter de un consenso obligatorio.

Un elemento de presión y coerción (convicción) está presente en cualquier alianza, pero no debe predominar. El impulso inicial debe ser voluntario, de lo contrario la ampliación va a impedir la profundización y también es dudoso que la membresía forzada dure mucho. La participación en una unión económica no es la única forma de cooperación de las repúblicas postsoviéticas con Ucrania, la economía de mercado ofrece otras oportunidades también. Entre ellas hay una, la más radical, la de encontrar a otros socios más cómodos y ventajosos que Kiev.


*Fiodor Lukiánov es presidente del Consejo de Política Exterior y Defensa. Director de la revista Rusia en la política global, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDIRÁ OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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