Kirguizistán, una revolución constante

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Las revueltas políticas en Kirguizistán llegan a producirse con tanta regularidad, que han dejado de ser una novedad para el mundo.

Las revueltas políticas en Kirguizistán llegan a producirse con tanta regularidad, que han dejado de ser una novedad para el mundo.

Ni los países latinoamericanos pueden ostentar un historial tan rico en revoluciones: en los últimos ocho años dos presidentes fueron derrocados uno tras otro, y más tarde cambió el régimen constitucional. En estos momentos este país montañoso, ni demasiado grande ni demasiado rico, está viviendo una nueva revolución.

Tomar el poder sin romper sillas

El mundo apenas estará interesado en conocer los motivos de la situación revolucionaria en Kirguizistán. Por contentarse con la siguiente definición: es un país tercermundista del tipo 'estado fallido'. Y si el mundo le presta atención, es para cerciorarse de que no acabe convertido en un nuevo dolor de cabeza, como Afganistán, por ejemplo.

Y tampoco sería fácil explicar las razones de los acontecimientos de los últimos días, en concreto, mítines en Kumtor, mina de oro más grande del país, y de las desordenes en la ciudad de Jalal-Abad, donde la multitud simplemente borró de la faz de la Tierra al poder local. Porque ni siquiera los líderes de los disturbios serían capaces de dar explicaciones coherentes. Así, Shairbek Tashíev, hermano del diputado del Parlamento Kamchybek Tashíev, dijo lo siguiente: “No, no hemos tomado el poder, simplemente echamos al antiguo gobernador y elegimos a otro, Meder Usénov, al que apoya el pueblo. Se encargará de dar solución a los problemas que nos preocupan. No romperemos ni una silla”.

Este método de democracia directa consistente en ajustar las cuentas con los representantes del poder lleva años usándose en el país. Por primera vez se probó en 2002, cuando los policías empezaron a disparar contra los manifestantes que se dirigían a la capital para defender los derechos de su diputado Azimbek Beknazárov, supuestamente atacado por el poder. El incidente se llevó la vida de seis personas y Azimbek Beknazárov desde entonces no ha dejado pasar ninguna revuelta.

Esta vez, no obstante, pese a ser mencionado en numerosas ocasiones, rechaza estar involucrado en la organización de los disturbios, pero brinda su apoyo a las “exigencias legalmente justificadas” de los manifestantes.

Otro líder de los descontentos, el diputado Kamchybek Tashíev, cuyo hermano prometió dejar las sillas intactas, merece también una mención especial. Hace un par de meses, junto con sus dos compañeros del grupo parlamentario por el partido en la oposición, Ata-Zhurt fue condenado a un año y medio de prisión por el intento del golpe de Estado, realizado en Bishkek el 3 de octubre del año pasado. Tashíev, que encabezó a un muy numeroso grupo de sus partidarios, saltó la valla de la residencia presidencial y de la sede del Gobierno kirguís, anunciando que iba a cambiar el poder… Lo explicaría más tarde con la necesidad de “acudir con urgencia a su puesto de trabajo”, dado que ocupaba el cargo del ministro de Situaciones de Emergencia.

Sin lugar a dudas, es idolatrado en Jalal-Abad. Es una especie de Robin Hood versión nacional, cuya puesta en libertad fue una de las exigencias de los manifestantes. Tashíev, por su parte, se puso en huelga de hambre en señal de apoyo a quienes lo respaldan.

Merece la pena señalar que Jalal-Abad estaba a punto de desaprovechar la oportunidad, porque las revueltas se produjeron el último día de la situación de emergencia declarada en Kumtor por el presidente kirguís Alamzbek Atambaev. Una pequeña demora y no habrían tenido motivo para apoyar a los descontentos de la zona minera que exigían que fuera denunciado el acuerdo con la compañía canadiense Centerra Gold que controla toda la extracción en la mina.

El poder central consiguió calmar las pasiones en la mina, sin que hubiera, por lo menos, de acuerdo con los datos oficiales, víctimas mortales. Los 92 activistas de los disturbios enseguida después de ser detenidos fueron puestos en libertad, porque se prefirió proteger las instalaciones de estratégica importancia de la escalada del caos y la intensificación de las protestas, esta vez, contra la detención de los descontentos.

En realidad, lo que importa es el resultado: las actividades de la mina se han reanudado. Sin embargo, según ha revelado la editora de la agencia de información kirguís 24.KG, Asel Otorbaeva, “las autoridades han llegado a un pacto, pero no con la población local, sino con los representantes del crimen organizado. En nombre del “pueblo” participó en las negociaciones con el vicepresidente de Gobierno, un tal Maksat Abakirov, alias El Buzo, figura muy conocida en los círculos criminales. El funcionario de alto rango no dudó en celebrar las negociaciones”.

Merece la pena tener en cuenta que los disturbios en Jalal-Abad no serán fáciles de parar: el sur de Kirguizistán vive de acuerdo con sus propias reglas y sólo finge obedecer a Bishkek. Para darse cuenta de ello, bastaría con recordar que la reciente visita del presidente Atambaev a la insumisa ciudad poco antes de que se dictara  la sentencia contra Tashíev y sus compinches parecía una verdadera hazaña. Daba la sensación de que las cadenas televisivas estaban hablando de un abnegado partisano que se aventuraba en la retaguardia y no del máximo mandatario.

Los servicios de seguridad emprendieron un intento de solucionar el problema de Jalal-Abad a su manera: el 2 de junio desapareció  de su casa Meder Usénov, “gobernador elegido por el pueblo.” La provincia pasó un día entero pendiente del destino de su líder. Por la tarde las autoridades anunciaron que el líder autoproclamado se encontraba en Bishkek, sometido al interrogatorio por el intento de un golpe de Estado. Tanto secretismo era comprensible, porque su detención pública habría causado, sin lugar a dudas, el derramamiento de la sangre.

¿Qué ocurrió más tarde? Nada que haya sido novedoso para Kirguizistán, los manifestantes cortaron una de las principales carreteras del país, la que une las ciudades de Osh y Bishkek. Exigen que Usénov sea puesto en libertad. He aquí su retrato, ofrecido por Asel Otorbaeva:

“Mederbek Usénov es propietario de una red de cafeterías, restaurantes y saunas situados en la provincia. Hizo fortuna entre 2005 y 2010 y era uno de los socios de los hermanos del expresidente de Kirguizistán Kurmanbek Bakiev. Hacía de mediador en los ajustes de cuentas entre representantes de círculos empresariales. Se dedicaba con el beneplácito de los hermanos Bakiev a las importaciones ilegales de carne china que carecía de la necesaria certificación y de contrabando de artículos chinos a Uzbekistán y Tayikistán. Actualmente coordina las actividades de la sucursal local de una organización social liderada por Azimbek Beknazárov y miembro del partido Egemen Kirguizistán. Mantiene un estrecho vínculo con Azimbek Beknazárov, Bektur Asánov, los hermanos Tashíev y otros activistas del partido Ata-Zhurt”, se señala. Estos datos de momento no fueron desmentidos por ningún interesado ni por los organismos competentes.

Este pintoresco retrato podría definir a otros muchos pesos pesados del actual Kirguizistán. Y el poder se ve en la necesidad de llegar con ellos a un acuerdo. O, posiblemente, esta gente ya representa al poder kirguís…

Y otro detalle curioso: en un país que se hace llamar democracia parlamentaria el Parlamento dio un suspiro de alivio al enterarse de que el conflicto en Kumtor había sido arreglado y se negó a celebrar una reunión de emergencia. La conducta de sus líderes parece lógica, a nadie le gustaría discutir los actos de sus propios diputados, pues han estado detrás de los disturbios.

No se debería descartar que el presidente Atambaev se decida por la destitución del Gobierno y la disolución del parlamento, aunque en estos días prefiera evitar movimientos bruscos. El curso de los acontecimientos ha dejado patente que únicamente puede contar con el apoyo de las zonas del norte del país, unidas por el miedo a la revancha de las élites sureñas, que buscan recuperar el poder perdido tras el derrocamiento de su protegido Bakiev.

Otro político con mucho carisma, el alcalde de la ciudad de Osh, Melís Myrzakmátov, considerado dueño de la región ya no oculta sus ambiciones presidenciales, pero todavía prefiere mantenerse al margen del conflicto.

Los políticos kirguises no se suelen guiar por los intereses del Estado, sino por el ansia de poder. Poder a cualquier precio. Aunque sea a costa de la desintegración del país.

Un país que pronto podría entrar en la Unión Aduanera. ¿Y no será que el verdadero motivo de los disturbios es echar por tierra el proyecto de la integración?

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

 

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