Egipto cumple un año con Mursi en medio de disturbios callejeros

© RIA Novosti . Mikhail Klementiev / Acceder al contenido multimediaPresidente de Egipto, Mohamed Mursi
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La oposición egipcia sacó a las calles a centenares de miles de personas el domingo 30 de junio, fecha en la que hace un año exactamente prestó juramento el actual presidente de Egipto, Mohamed Mursi.

La oposición egipcia sacó a las calles a centenares de miles de personas el domingo 30 de junio, fecha en la que hace un año exactamente prestó juramento el actual presidente de Egipto, Mohamed Mursi.

El declarado objetivo de las protestas es derrocar al presidente. ¿Estamos ante un nuevo fracaso de lo que hace dos años con tanto optimismo fue bautizado como “primavera árabe”? Probablemente, pero no es ningún fracaso del régimen, que mostró verdaderos milagros de estabilidad. Podría haber sido peor.

Egipto, un Estado fallido

El presidente Mursi optó por no esperar a las anunciadas acciones de protesta y algunos días antes pronunció un discurso de casi dos horas y media de duración. Sin embargo, se dedicó a enfrentarse a la oposición en vez de a señalar qué éxitos había conseguido en su primer año de su mandato.

Hizo recordar a los descontentos que las manifestaciones sirven para expresar la opinión de uno, pero no para imponerla. Dirigiéndose a los militares, señaló que existen fuerzas que no quieren que haya buenas relaciones entre el Ejército y el presidente. Y se disculpó por las colas en las gasolineras, que han llegado a convertirse en un problema político. Pero no habló de éxitos y, probablemente, acertó.

Al principio de las manifestaciones que llevaron al derrocamiento del presidente Hosni Mubarak muchos tenían la sensación que debería asumir el poder una figura determinada, el exdirector del Organismo Internacional de Energía Atómica, laureado  con el Premio Nobel, Mohamed el-Baradei. Aunque tenía pésimas relaciones con el presidente George Bush hijo, debido a la política de EEUU respecto a Irán e Irak, parecía el candidato idóneo. No obstante, en las elecciones ganó otro candidato.

El-Baradei acaba de publicar en la revista estadounidense Foreign Policy un artículo donde ofrece un impactante análisis del primer año de la presidencia de Mursi.

Egipto, indica, ha subido en la lista de los Estados fallidos del lugar 45 que ocupaba durante el régimen de Mubarak al preocupante puesto 31. El índice de asesinatos aumentó el año pasado en un 130%; de robos, en un 350%; de secuestros, en un 145%. Es decir, el Estado se ve incapaz de mantener el orden ni de garantizar el cumplimiento de la ley. El 25% de los ciudadanos jóvenes no tiene empleo y ni los inversores extranjeros ni los egipcios muestran interés por invertir en el país. En varios meses se espera una suspensión de pagos.

A consecuencia de ello, el-Baradei llega a la conclusión de que el poder ejecutivo, sea de la tendencia que sea, es ineficiente. Y tan sólo el 20% de la población apoya a los Hermanos Musulmanes, de modo que éstos deberían compartir el poder. De lo contrario volverán los militares o estallará una rebelión de los pobres.

Las reglas de las revoluciones

Todo esto no quiere decir que Mohamed Mursi haya fracasado como presidente. La situación podría haber sido mucho peor, señala Elena Supónina, experta en orientalismo y presidenta del Centro de Asia y Oriente Próximo del Instituto de estudios estratégicos de Rusia, que se ha entrevistado tanto con Mubarak como con Mursi. La oposición egipcia, por supuesto, culpa a las autoridades de todos los males, pero el hecho de haber aguantado el actual líder del país un año entero tiene mérito, porque en Egipto se puede con suma facilidad sacar a las masas a las calles y por doquier empezarán los robos y asesinatos.

La situación que vive Egipto en estos momentos no es resultado de la escasa destreza de Mohamed Mursi, sino de las secuelas de una revolución. Los Hermanos Musulmanes por lo menos ofrecen a la población mecanismos de ayuda social, cosa que nadie puede dar, aparte del derrocado Mubarak.

La principal conclusión del primer año de la presidencia de Mursi es que gobierna tras una revolución. Porque las revoluciones suponen la destrucción competa del régimen anterior y después de ellas nunca podría haber vida normal en un plazo de uno o dos años.

No necesitamos adentrarnos en la historia. Fijémonos en ejemplos recientes, para ver en cuánto tiempo se logra normalizar la vida después de una revuelta revolucionaria. En caso de que no haya habido una devastadora guerra civil y el país no sea muy grande, dado que las economías grandes tardan más en recuperarse.

En las últimas dos décadas ha habido en el mundo numerosas revoluciones. En Libia, por ejemplo, la situación es peor que en Egipto; y en Túnez, algo mejor. Pero no se puede ni soñar con volver al nivel de vida de cuando estaban los “condenados dictadores”. ¿Y Yugoslavia? Sería un caso aparte, porque ha habido allí una serie de guerras.

Veamos el ejemplo de Indonesia, donde en 1998 fue derrocado Haji Mohammad Suharto. El caso, en rasgos generales, es muy parecido al de Egipto. Y tan sólo hace algunos años, a finales de los 2000, el país, después de haber cambiado de líder varias veces, pudo normalizar su vida.

De modo que estaríamos hablando de unos diez años para calmar el pulso del país. Veamos ahora el ejemplo de Filipinas, donde en 1986 fue derrocado el presidente Ferdinand Marcos. El país acabó de recuperarse a mediados de los noventa, unos diez años después. Y, dicho sea de paso, en ambos casos la estabilidad volvió al llegar al poder un militar.

Rusia, por su parte, ha tardado cerca de diez años en recuperarse de los acontecimientos de 1991. Los egipcios tendrán que esperar cerca de nueve años más para que vuelva una normalidad que tampoco les gustaba tanto, ya que decidieron en su momento derrocar a Mubarak.

LA OPINION DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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