Conflicto ideológico vuelve a enfrentar a Rusia y Occidente

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El llamamiento de Stephen Fry a boicotear las Olimpíadas de Sochi no ha sido respaldado por los líderes de los países occidentales. Pero quizá sea pronto para dar el asunto por zanjado.

El gran actor Stephen Fry no ha logrado convertirse en el instigador de una tragedia olímpica. Su llamamiento, como defensor de los derechos de las minorías sexuales, a boicotear las Olimpíadas de Sochi no ha sido respaldado por los líderes de los países occidentales. Pero quizá sea pronto para dar el asunto por zanjado.

Los llamamientos al boicot de los Juegos Olímpicos no son sino la parte visible del iceberg. Ante nuestros ojos se abre otro desencuentro entre los valores de Occidente y de Rusia. Un choque que con toda seguridad seguirá existiendo a lo largo de los próximos años o incluso de las próximas décadas.

A principios de 1999 me encontraba en un estado de gran excitación. Mi viejo sueño de visitar Nueva Zelanda estaba cada vez más cerca de cumplirse. El nuevo primer ministro, Vladimir Putin, estaba a punto de volar allí para participar en la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico. Yo formaba parte de los periodistas invitados a participar en el viaje oficial. Al final, pudimos viajar a Nueva Zelanda sin el pertinente visado en nuestros pasaportes. Nos dijeron entonces que el consulado de Nueva Zelanda en Moscú, poco acostumbrado a tramitar muchas solicitudes de visados, fue incapaz de hacernos a tiempo los papeles.

Cuando empezamos a preparar nuestro viaje nadie pensaba que el tema de los visados se solucionaría tan rápido. Así que, en su momento, tuve que rellenar el correspondiente formulario. En general, ese tipo de formalidades burocráticas me repelen. Pero en lo que respecta al formulario para el visado de Nueva Zelanda fue una cosa que estuve contando entre risas después durante semanas e incluso meses. ¿Por qué? Por el apartado correspondiente al “estado civil”. Entre las opciones disponibles en ese epígrafe del formulario no estaban sólo las habituales de “casado”, “soltero”, “divorciado”, “viudo”, sino también la opción para los que mantenían relaciones homosexuales.

En aquella ocasión, ese formulario no me pareció más que una anécdota curiosa. Entonces no me podía ni imaginar que catorce años más tarde la reivindicación de la igualdad completa de las minorías sexuales se convertiría en la causa del establecimiento de un nuevo telón de acero entre Rusia y Occidente.

Me gustaría insistir en la pertinencia del término 'telón de acero'. Claro está que este telón no se puede comparar al que Winston Churchill bautizó como tal en Fulton en 1946. Hace más de seis décadas, los habitantes de esos dos mundos podían tener sólo una idea muy vaga de lo que ocurría en realidad al otro lado del telón. Ahora, por el contrario, no hay obstáculos para la comunicación y pueden satisfacer tranquilamente su curiosidad mutua.

Sin embargo, la ausencia de contactos fluidos es sólo una de las caras del telón de acero. Otro aspecto, en mi opinión igual de importante, es la disparidad de valores. Desde ese punto de vista, el desencuentro es tan importante en 2013 como lo fue en 1946. Ha cambiado sólo la naturaleza del conflicto, pero no su esencia.

El presidente de EEUU y el primer ministro británico creen que el matrimonio homosexual está bien y que es correcto y lógico reconocerlo. El presidente de la Federación Rusa, y con él la mayor parte de la sociedad rusa, con igual convicción creen que el matrimonio homosexual carece de lógica, que no es una práctica correcta y que no es bueno.

Ambas partes están seguras de tener de su lado la razón. Y no parece haber espacio para el compromiso. Las próximas décadas verán el recrudecimiento de este tipo de conflictos culturales, y las primeras salvas de estas guerras ya parecen estar resonando.

En su anterior conflicto ideológico global con Occidente Moscú sufrió una completa derrota. Hoy en día las élites en la capital rusa están tan convencidas de que el capitalismo está fenomenal como puede estarlo, digamos, las élites en Londres o en Washington. ¿Terminará este enfrentamiento ideológico del mismo modo? No querría hacer un pronóstico rotundo en este momento. El futuro es impredecible y aparece lleno de sorpresas.

Me gustaría más bien hablar de algo un poco distinto: de la necesidad de conservar el sentido común y mantener unas relaciones educadas y correctas con los que se encuentran “al otro lado de las barricadas”.

Cicerón, el gran orador de la antigüedad, lo apuntó ya en su momento: “Las leyes callan durante las guerras”. Las guerras culturales no son una excepción. Y si son por cuestiones referentes a las preferencias sexuales, por partida doble.  Se trata de una frase que se puede aplicar por igual a Rusia y a Occidente. En el pasado, el mantenimiento de relaciones homosexuales podía destruir la vida de cualquier persona en Occidente.

Uno de los hombres más ricos del mundo, el duque de Westminster, sentía un intenso odio hacia un familiar, el exministro lord Beauchamp. Se propuso destruir la vida de éste y supo conseguir prueba de la bisexualidad del aristócrata británico, tras lo cual informó de sus descubrimientos al rey. El anciano soberano, Jorge V, quedó horrorizado y se cuenta que exclamó: "Y yo que pensaba que los hombres así se pegaban un tiro..."

Al lord Beauchamp bajo la amenaza del arresto se le forzó a renunciar a sus numerosos cargos y abandonar el Reino Unido para siempre. Sufrió una grave depresión y llegó a pensar en suicidarse, pero en breve falleció. Su esposa, que había vivido con Beauchamp cerca de 30 años, se resistía a divorciarse de él, pero no le dejaron otra opción. El desastre afectó a otras dos personas: el hijo del rey, duque de Kent, mantenía con la hija del lord Beauchamp una relación amorosa que fue interrumpida para siempre después del escándalo.

Afortunadamente este tipo de tragedias ya sería impensable en el mundo actual, pero sí otro tipo de desastres personales. Así, por ejemplo, el alcalde una ciudad francesa se negó a cumplir la nueva legislación y registrar un matrimonio homosexual. Como resultado, puede acabar condenado a una enorme multa o a una pena de prisión: es completamente indignante.

Tampoco es normal que a los homosexuales menores de edad en Rusia se les busque a través de Internet y luego se les ponga en ridículo ante todo el mundo. Es una pena que los órganos del orden público no se hayan pronunciado todavía sobre esta práctica.

Las guerras culturales son imposibles de parar, ni siquiera con los llamamientos más nobles. Pero los defensores de distintas posturas y valores han de recordar que su lucha a menudo acaba en vidas rotas.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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