La causa de Snowden sigue viva y triunfante

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Las autoridades británicas retuvieron durante nueve horas en el aeropuerto londinense de Heathrow al brasileño David Miranda: compañero sentimental del periodista de The Guardian que fue el primero en publicar documentos filtrados por Edward Snowden.

Las autoridades británicas retuvieron durante nueve horas en el aeropuerto londinense de Heathrow al brasileño David Miranda: compañero sentimental del periodista de The Guardian que fue el primero en publicar documentos filtrados por Edward Snowden.

Otra vez Snowden. Otra vez la zona de tránsito de un aeropuerto. Otra vez los servicios secretos. El propio ex agente de CIA Edward Snowden ya se ha esfumado en el vasto territorio ruso pero su espectro vaga por el mundo generando una sensación de ya visto o ‘déjà vu’.

¿Tiene algún sentido este fenómeno? Creo que sí, que el ‘caso Snowden’, que se desarrolla de manera independiente de propio Snowden nos permite conocer mejor el mundo en el que vivimos.

Siguiendo las desventuras de Miranda en Heathrow no dejaba de recordar a otro periodista de The Guardian que tampoco tenía suerte en los aeropuertos. Se llama Luke Harding, fue corresponsal  del diario británico en Moscú.

En febrero de 2011 Harding regresaba a la capital rusa tras una ausencia de dos meses, pero fue detenido en la frontera, puesto bajo custodia durante 45 minutos y embarcado en el vuelo de vuelta a Londres.

¡Qué ruido se armó! Políticos, periodistas y diplomáticos británicos condenaron al unísono la actitud de Rusia, donde los servicios secretos ‘se pasan de rosca’. Aunque para Luke Harding todo terminó bien, incluso salió ganando. Aprovechó el escándalo para promocionarse a sí mismo y a su libro (mediocre, en mi opinión personal), que en breve publicó bajo un título pretencioso: ‘Estado mafioso: cómo un reportero se convirtió en enemigo de la nueva y brutal Rusia’.

Ahora otro periodista de The Guardian tiene la posibilidad de escribir una obra similar: Glenn Greenwald, cuyo compañero, David Miranda, pasó retenido en un aeropuerto nueve horas, no 45 minutos, como Harding.

¿Cómo podría titular Greenwald su futuro libro? ¿Tal vez ‘Estado policial: cómo un reportero se convirtió en enemigo de la nueva y brutal Gran Bretaña’?

No digo todo esto con la intención, tan típica del periodismo soviético, de echarle en cara a Occidente que ve la paja en el ojo ajeno antes que la viga en el suyo. No quiero tampoco hablar de la situación en Rusia. Cualquiera que haya crecido en la Unión Soviética es consciente de la enorme importancia de los servicios secretos en nuestro país.

En cambio, el papel que desempeñan estos servicios en Occidente no es tan evidente. Tampoco me propongo criticar el sistema político de los países occidentales. Simplemente debo reconocer, con toda la sinceridad, que gracias al caso Snowden yo, que me consideraba un periodista político experimentado, no paro de descubrir cosas nuevas.

Veamos como ejemplo el reciente incidente en el que el avión del presidente de Bolivia, Evo Morales, tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia en Austria por rumores de que Snowden estaba a bordo. La neutralidad de Austria es un hecho histórico constatado en las enciclopedias pero ¿se puede hablar de neutralidad cuando la policía austríaca actuó como si fuera una unidad de operaciones especiales de la OTAN registrando el avión de Morales?

No es menos reveladora la presión que ejercen las autoridades británicas sobre el diario The Guardian. ¡Y eso un el país donde el cuarto poder muchas veces resulta más influyente que los otros tres! Sobre todo si se trata de The Guardian. Los políticos que en los últimos diez años intentaron emprender una batalla contra este periódico fracasaron estrepitosamente.

En 2010, en Moscú tuve ocasión de conocer al exministro del Tesoro británico Jonathan Aitken. Con este inminente político discutimos una gran variedad de temas, pero hubo uno que no tocamos. En 1994 Aitken demandó a The Guardian por difamación después de que este medio le acusara de recibir favores económicos de un comerciante de armas saudí.

El alto cargo se presentó entonces como un paladín que lucha "con la espada de la verdad y la coraza de la confianza" contra el “periodismo manipulador” de Gran Bretaña.

Sin embargo, la “espada de la verdad” cayó sobre el propio Aitken que tuvo que dimitir y fue condenado a 18 meses de cárcel por perjurio y conspiración para pervertir el curso de la justicia.

Alan Rusbridger, máximo responsable de The Guardian desde 1995, recuerda muchas historias similares que consolidaron la reputación del medio. Pero ahora la fama de inconformista no ha detenido a las autoridades británicas, que presionan al diario para que elimine filtraciones de Snowden.

¿Resulta, entonces, que el cuarto poder en el Reino Unido tampoco es omnipotente? Me pregunto si cuando se trata de los intereses vitales del ‘hermano mayor’ y principal socio geopolítico de Londres, Washington, los servicios secretos son más poderosos

Voy a serles sincero, no tengo respuestas a esta preguntas. Pero no dudo de que en breve las tendremos, gracias al caso Snowden.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

 

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