Andre Geim, quien ganó el Premio Nobel de Física 2010 por el desarrollo del grafeno, junto con otro investigador de origen ruso, Konstantín Novoselov, rehúsa estimar el valor del negocio que va a generar ese material novedoso pero no titubea en compararlo con las minas auríferas de Alaska.
“El grafeno es como Alaska con sus vetas de oro. Todavía esconde muchas cosas que podemos y necesitamos descubrir”, confesó Geim en una entrevista publicada hoy en el diario ruso Izvestia. Agregó que no piensa abandonar los estudios del grafeno en los próximos cinco o diez años, y que aún tiene “muchísimos mojones y la esperanza de marcar con ellos el terreno”.
El grafeno es una estructura plana de carbono, de un átomo de grosor, que posee altos niveles de conductividad, elasticidad y resistencia.
Geim señaló que “es un material de aplicaciones amplias, sin duda, pero aún subsiste la interrogante de si podrá generar 10 mil millones de dólares o 100 billones de dólares, de si su introducción va a ser limitada, o bien cada ama de casa recibirá algo gracias a nuestro descubrimiento”.
Ya existen numerosas empresas pequeñas que venden a diversos centros de investigación tinta conductora y otros derivados de grafeno. A escala global, ese negocio tiene a día de hoy una facturación anual de varios millones de dólares, contó el científico, asombrado de que el grafeno tardase apenas cinco años en darse el salto desde un laboratorio académico al terreno de la producción industrial, a diferencia del teflón y el silicio, por ejemplo, que necesitaron varias décadas, o hasta un siglo para hacerlo.
Empresas como Samsung, según el investigador, planean desarrollar para 2025 entre 50 y 100 dispositivos a partir del grafeno. Uno de los primeros en aparecer, en uno o dos años, será un teléfono móvil con pantalla táctil revestida de grafeno.
