¿Quién se beneficiará del contencioso chino-japonés?

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Las relaciones entre Japón y China se agravaron como nunca en muchos decenios. La decisión de Tokio de comprar a propietarios privados las islas disputadas por China desde finales del siglo XIX, provocó un poderoso ataque por parte de Pekín.

Todos los participantes de la 24ª cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), celebrada a principios de septiembre en la ciudad rusa de Vladivostok, coincidieron en la opinión de que la importancia de la región de Asia Pacífico en la economía y política mundial está creciendo y consideraron sus ricas perspectivas.

Pero los acontecimientos que siguieron a la cumbre recordaron que las grandes posibilidades siempre vienen acompañadas por riesgos de igual tamaño. Las relaciones entre Japón y China se agravaron como nunca en muchos decenios. La decisión de Tokio de comprar a propietarios privados las islas disputadas por China desde finales del siglo XIX, provocó un poderoso ataque por parte de Pekín. Por supuesto, las partes se abstendrán de desatar una guerra, aunque muchos la auguran, ya que el precio es demasiado alto. Pero es cierto que todo lo que está ocurriendo representa un molde de relaciones que están formándose en Asia y, por lo visto, irán agravándose.

Las reclamaciones territoriales son algo muy común en la política asiática. Son pocos los países de la región que no tienen este problema. Todos los actores principales –China, Japón, Corea, India– tienen historiales muy complicados unos contra otros, que incluyen hasta guerras por territorios (como en los casos de China e India, por ejemplo). Los países y territorios de segundo rango –Vietnam, Filipinas, Malasia, Indonesia, Taiwán- también están metidos en diferentes disputas sobre los espacios terrestres y marítimos. El grado de tensión es en cada caso diferente, pero en general el mapa político de Asia parece un campo minado, donde un paso incorrecto es capaz de provocar una detonación en cualquier momento.

Casi cada diferendo territorial gira en torno a ciertos recursos: petróleo, gas, pescado, metales de tierras raras, vías de tránsito, etc. Pero si fuera la única causa de conflictos, sería posible arreglarlos, aunque con ciertos roces y discrepancias. Aunque es difícil repartir recursos de manera que parezca justa a todos, al fin y al cabo está claro que cualquier acuerdo y ejecución provechosa es mejor que una confrontación eterna que bloquea todo progreso. Sin embargo, aparte del elemento material casi siempre está presente el no material, me refiero al prestigio. Y ésta es la razón de las dificultades que a veces parecen irresolubles.

¿Por qué Japón decidió nacionalizar las islas? Lo más probable es que en Tokio teman que el ambiente en la región esté cambiando a peor para Japón. Rusia está reclamando su soberanía sobre las islas Kuriles para mostrar así sus derechos e intenciones en Asia en general. (Véase las recientes visitas a las islas de Dmitri Medvédev en calidad de presidente y de primer ministro de Rusia). Luego, el presidente de Corea del Sur también visitó el territorio disputado con Japón. China está reclamando sus intereses especiales en los territorios del mar adyacentes, poniendo nerviosos tanto a los vecinos como a EEUU. Éste último, aunque ha declarado que se propone participar en los eventos en Asia, queda atrapado peor que antes por los problemas de Oriente Próximo. En estas circunstancias, Tokio considera que si no da pasos decisivos, la situación irá empeorando por sí misma. La nacionalización de las islas, desde el punto de vista de las disputas sobre su pertenencia, no es más que un acto simbólico. Pero la guerra de los símbolos no es menos feroz que cualquiera otra, y los actos preventivos son aquí de mucha importancia.

Más aun, las acciones de Japón pueden tener un sentido aun más profundo. El ministro de Defensa de Japón declaró después de las negociaciones con su homólogo estadounidense, Leon Panetta, que según el secretario de Defensa de EEUU a las islas disputadas se les aplica el acuerdo entre EEUU y Japón sobre la seguridad colectiva. Esto significa que, en el caso de conflictos, EEUU va a defender a su aliado. El propio Panetta todavía no he declarado oficialmente nada semejante, pero está claro que Washington ya no tiene otro remedio.

A EEUU le molesta la creciente influencia china en la región Asia Pacífico en general, y una de las causas es la intranquilidad de sus socios y aliados. Éstos quieren asegurarse de que no quedarán a solas ante una China expansionada, para lo cual existen solo dos métodos. Uno consiste en tener a un patrón seguro que sea tan fuerte como China o más. El otro, en arreglar relaciones con Pekín. La primera alternativa es viable solo en el caso de que todos estén seguros de que EEUU estará dispuesto a entrar en conflicto con China, en caso de haber pretexto para ello. Pero si Washington se muestra evasivo, todo el sistema de relaciones en la región Asia Pacífico será puesto en tela de juicio. Por consiguiente, a Japón conviene una situación en la que EEUU pierde credibilidad en caso de no apoyar a Tokio.

Hay que reconocer que Washington también puede estar interesado en la agudización de la situación. Se habla desde hace mucho de que el encontronazo chino-estadounidense, incluido el político-militar, es inevitable. Pekín, entendiendo que es mucho más débil en lo que a sus capacidades militares se refiere, estuvo evitando colisiones que pudieran acarrear confrontaciones serias durante muchos años. Incrementar el poder económico evitando colisiones políticas, en este principio se basaba aún la política de Deng Xiaoping. Aunque las tentaciones se volvieron en los últimos años cada vez más seductivas y la tensión regional fue creciendo, Pekín no se decidía a mostrarse categórico. A EEUU le haría bien que China saliera ahora de sombra, porque el resultado para Pekín seguramente sería negativo y esto le quitaría las ganas de volver a lanzar retos políticos. En otras palabras, en el actual conflicto hipotético el éxito de Washington está casi garantizado, pero es difícil predecir qué pasará dentro de 15 ó 20 años.

En Pekín parecen darse cuenta de ello. Por eso los buques de guerra no hacen más que acercarse a las aguas disputadas, mientras que la incursión principal la realizan los barcos de patrulla no armados. Aunque son varias centenas, lo que no puede sino atemorizar, formalmente no hay motivos para alarma. Pero si las fuerzas de defensa japonesas los atacan, esto se calificará de acto de agresión.

Probablemente, el contencioso en torno a las islas nacionalizadas se apaciguará pronto. Es decir, las partes quedarán cada una con lo suyo, aplazando el siguiente agravamiento para el futuro. Nadie quiere sacrificar los enormes lazos económicos, pero el conflicto político no se esfumará por si mismo. Por eso la repetición de este incidente es inevitable. Lo más probable es que las tensiones vayan escalando enteros, y cada nuevo episodio sea más peligroso que el previo. En esta situación, a Rusia no le queda nada más que estar observando los eventos sin intervenir y sin apoyar a ninguna de las partes. Todavía tiene el privilegio de poder actuar de observador imparcial, mientras que EEUU, no puede permitirse este lujo ya.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

*Fiodor Lukiánov, es director de la revista 'Rusia en la política global', una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

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