El pacifismo de Alemania se convierte en un problema

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La votación en el Consejo de Seguridad de la ONU que sancionó la operación militar en Libia puede tener seria repercusión en la política europea.

La votación en el Consejo de Seguridad de la ONU que sancionó la operación militar en Libia puede tener seria repercusión en la política europea.

Mientras que la abstención de Rusia y China fue una agradable sorpresa para los promotores de la resolución, la de Alemania fue toda una sorpresa.

Los aliados de la UE y la OTAN llegaron a acusar a Berlín de traicionar los ideales de solidaridad europeo-atlántica. Dentro de la propia Alemania también pudo observarse cierta perplejidad por el hecho de que el país se viera alineado con sus socios sino con los países del BRIC que se distanciaron de la operación militar libia.

La política exterior alemana, que durante varios decenios siguió la trayectoria determinada en los 1950, está cambiando incluso independientemente de la voluntad de la cúpula dirigente.
El modelo político de la segunda mitad del siglo XX en Europa Occidental partió de la necesidad de impedir catástrofes semejantes a las guerras de la primera mitad del mismo siglo.

La tarea inicial de la OTAN y de la Comunidad Europea consistió en tener en un puño al instigador de las dos guerras mundiales, Alemania, con ayuda de las alianzas destinadas a prevenir cualquier desviación del curso político-militar dado.
La única esfera en la que pudo realizar la expansión el país fue la económica. Alemania se aprovechó de ello convirtiéndose en el centro económico de la Europa que pronto se  unificó.

La reunificación alemana, tras el fracaso del bloque socialista, despertó ciertas preocupaciones por parte de los países vecinos. La única posibilidad de contrarrestar el fortalecimiento de Alemania fue la de afianzar y ampliar las alianzas de las cuales formaba parte el país. Lo primero se logró tras convertir la UE y OTAN en las sedes de las políticas europea y mundial. Berlín empezó a ejercer con afán la función del principal socio de París, sirviendo los dos de propulsores de la integración: Alemania, desde el punto de vista económico, Francia, desde el político.

Tras la caída de la URSS y desaparición de la amenaza soviética, EEUU apartó a un lado el asunto de la seguridad europea, pero participó en resolución de asuntos periféricos: desde Balcanes hasta el espacio post soviético.
Los finales del siglo XX fueron la apoteosis del establecimiento del “nuevo orden” marcada por ampliación a gran escala de la UE y de la OTAN, el proyecto del euro como moneda comunitaria y por la guerra contra Yugoslavia.

Alemania desempeñó un papel importante en todos aquellos procesos. Además, la campaña militar contra Milošević fue la primera operación militar de Bundeswehr después de la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, con la llegada del nuevo milenio la situación ha cambiado drásticamente. EUUU se ha olvidado de Europa, concentrándose en una serie de retos nuevos: Oriente Próximo, el terrorismo, y, por fin, el auge de Asia.

Europa, por su parte, ha tocado el límite de ampliación e integración y se enfrenta a una perspectiva de retroceso combinado con el crecimiento de la influencia y de la ambición de los estados miembros que cada vez ven más complicado el proceso de coordinación política y la repartición de la carga económica.

El gran cambio europeo es una manifestación de la erosión que destruye la estructura desde adentro y, a la vez, pone de manifiesto el cambio de la política tradicional alemana.

Berlín se siente ahogado por procesos y obligaciones incompatibles o poco compatibles. La crisis del proyecto europeo requiere ayuda económica  y liderazgo político, y esto se espera, en primer lugar, del país más fuerte y poderoso de la  UE.

Pero Alemania ya está desacostumbrada a ser líder. Y no es de extrañar, ya que toda la política europea de los últimos decenios tuvo como fin contener las ambiciones de Berlín.

Y cuando Berlín se atreve a emprender pasos independientes, eso asusta a sus socios. Resulta que Alemania tiene que ser líder, pero actuar dentro del marco establecido por sus vecinos.

Paralelamente va creciendo el descontento de la población alemana por la situación económica del país. Está cansada de ser el “bolsillo de Europa” y pagar las deudas de otros países irresponsables de la UE. Una manifestación de ello fueron las múltiples derrotas del partido oficial en las elecciones regionales.

En mayo del año pasado Alemania consintió prestar ayuda económica a Grecia, lo que conllevó unos debates políticos intensos y fue la razón de la pérdida por la coalición oficial del poder en Renania del Norte-Westfalia a la que siguieron Hamburgo y Wurtemberg, controladas hasta este momento por la Unión Democrática Cristiana de Alemania desde la Segunda Guerra Mundial.
Aunque las últimas elecciones han sido afectadas también por la avería de la central nuclear nipona, que perjudicó la reputación de las autoridades locales que estaban por seguir explotando la energía nuclear, lo de “parásitos económicos” también preocupa mucho a la rica Alemania del Sur.

Para que la Unión Europea no se convierta en una zona de catástrofe económica es imprescindible una transformación interna radical que permita eliminar la brecha entre la interdependencia en el marco de la unión monetaria y la falta de una política económica coordinada entre los 17 miembros de la zona del euro.

Y esto a su vez requiere voluntad política por parte de Alemania, su liderazgo, que es posible sólo a condición de que se establezca allí un gobierno fuerte y seguro.

Pero tanto Alemania como Francia de Nicolas Sarkozy, quien luchará por la reelección en 2012, carecen de una fuerza política estable y segura. Y el intento de Sarkozy de ganarse unos puntos políticos con la guerra en el Norte de África se convirtió en la razón de una nueva ruptura con Berlín.
Alemania es reacia a participar en la campaña militar de Libia debido a la extremamente baja popularidad de la operación militar dentro del país. El Gobierno todavía no puede explicar para qué se encuentran  las tropas de Alemania en Afganistán.

Los que critican la abstención de Alemania en el curso de la votación, comentan, sin embargo, que Alemania hubiera podido apoyar la resolución de la ONU sin mandar tropas. Probablemente, la razón de una decisión no estándar son los problemas que experimentan los liberales, el socio menor de la coalición representado por el Vicecanciller de Alemania Guido Westerwelle, que busca la manera de atraer a los electores a todo coste, viendo caer su  rating (tres veces en un año y medio).

Resulta irónico que los socios de Alemania estén descontentos con el éxito de su propia política. Llevaron los últimos cincuenta años intentando abatir el espíritu militarista de Alemania y ahora no entienden por qué no quiere participar en sus campañas militares.

La posición de Alemania será el elemento determinante de la Unión Europea en los próximos años. De ella depende si la Europa unida deja de existir o vuelve a consolidarse modernizándose. 

 

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* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.



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